Juntos aprendemos unos de otros y nos ayudamos a salir de cualquier crisis. No hay otro modo para rehacerse, que levantarse como pueblo, abrazados a ese horizonte celeste que nos apiña. Por eso, actitudes como la de Estados Unidos que haya anunciado la suspensión de los fondos, a la Organización Mundial de la Salud, en un período de tantas dificultades, no es una postura muy acertada. Toda unión es poca para los esfuerzos en la lucha contra el coronavirus COVID-19, máxime cuando la citada institución está en primera línea apoyando con orientación, capacitación, equipos y servicios concretos para salvar vidas, especialmente a los más vulnerables. Ojalá se retorne a esa unidad. No hay otra forma de detener esta pandemia y sus devastadoras consecuencias.
Tras un liderazgo que nos hermane como humanidad, en el que podrá haber diversos enfoques, sí que hemos de ser conscientes de tomar una senda de crecimiento sostenible, no vayamos a ahorcarnos en sociedades putrefactas, endiosadas hasta el extremo de no respetar las diferencias. Creo que es el momento de que prevalezca lo veraz, frente una desinformación sangrante de noticias falsas que nos dejan sin aliento; el turno de los grandes científicos y pensadores, de los hombres de palabra, que son los que verdaderamente han de ganarnos la confianza. Jamás perdamos el respeto entre la ciudadanía, tampoco la defensa de los derechos humanos, y aún menos el aguante, el combate y la vigilancia, el sentido del humor y la luz naciente del verdadero amor. Nadie puede ignorar las injusticias de este mundo. Seguramente todos podemos hacer algo más por el prójimo. Esas voluntades que excluyen, que caminan sin ética alguna, que reducen su vida a un mero consumo, quizás sean los primeros que hemos de recuperar, pues la mentira en la que viven es tan extensiva como cruel, pues suelen terminar sus vidas en deseos posesivos. No hay mayor esclavitud que apasionarse a desear y poseer lo indiviso, para oprimir, probarlo todo y no participar nada. A esta infernal situación no podemos adaptarnos; los desposeídos tienen un mundo que les pertenece, que les han usurpado y que tienen que ocupar.
A propósito, decía el inolvidable escritor colombiano Gabriel García Márquez, “que nunca era demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”; personalmente creo que no le faltaba razón, pues todos estamos predestinados a obligarnos a diseñar un futuro mejor. Sería bueno, que nos dejáramos recrear por ese mundo que ha dejado de ser un campo de batalla para convertirse en un aterritorio de quietud. Tomemos el impulso en común para no fracasar, que cada cual sume sus posibilidades vitales, esto nos debería entusiasmar y dar fuerza a cada cultura para darlo todo por los demás, para crecer hacia ese proyecto único e irrepetible de donación que nos fraternice.