Ni golpe militar, ni revoluciones. Elecciones
Martes 30, Julio 2024 - 4:35 AM
Debimos aprender que el cinismo y la maldad de Fidel Castro no conocía límites, contrario a eso, un amplio sector de la población lo beatificó, en parte, por nuestra tendencia a valorar el heroísmo como sustento de las buenas intenciones.
Tengo amigos que defienden el golpe militar del 10 de marzo de 1952 en Cuba, propiciado por el general Fulgencio Batista y otros que hacen lo mismo con el 26 de julio de 1953, el ataque al Cuartel Moncada comandado por Fidel Castro, dos fechas de muy trágicas consecuencias para la nación cubana como puede corroborar cualquier persona medianamente informada sobre la situación de la mayor de las Antillas.
Desde mi perspectiva el golpe militar no tiene la más mínima justificación histórica, mientras, la acción del 26 de julio se puede considerar como un acto de venganza o retaliación por la ruptura del ritmo constitucional republicano. Ambos acontecimientos, deben ser considerados como las causas y consecuencias principales del drama insular y no deberían ser contemplados como sucesos aislados, aunque los catastróficos resultados de la victoria final del caudillo del ataque al cuartel hayan adquirido una dimensión propia por su magnitud.
Ninguno de los participantes en estos aciagos sucesos podía anticipar lo que ocurriría, incluidos sus principales protagonistas. Batista conocía el poder y lo había disfrutado, Castro, al parecer, estaba dispuesto al todo o nada en una subida personal que le procurara una imagen de héroe justiciero que todo lo podía y todo vencía y a quien la derrota, en caso de que fuera el resultado, serviría de muleta para otra trepada.
Debimos aprender que el cinismo y la maldad de Fidel Castro no conocía límites, contrario a eso, un amplio sector de la población lo beatificó, en parte, por nuestra tendencia a valorar el heroísmo como sustento de las buenas intenciones. En peligro, buscó protección en la Iglesia que años más tarde intentó destruir. Aprovechó al máximo el proceso judicial al que fue sometido. Su discurso de héroe encarcelado, pero no vencido, lo igualó de golpe con los líderes políticos más destacados de la nación, la cárcel y los muertos que causó, fueron su ascensor a la fama.
Obviamente estaba convencido que era más fácil luchar con las armas que participar en una contienda electoral en la que el perdedor desaparecía sin gloria y el ganador, tenía que someterse periódicamente a la voluntad popular.
Las nuevas condiciones políticas del país fueron el caldo de cultivo para que Castro se proyectara a dimensiones qué ni sus asociados más íntimos, eran capaces de imaginar. Su ambición desmedida, un aguzado sentido de la oportunidad, la audacia que le caracterizaba, una absoluta falta de lealtad a los compromisos contraídos, su tenacidad y talento político, maduraron y fortalecieron en la medida que demandó el liderazgo que él mismo se impuso y que logró gracias a su naturaleza cruel y despiadada.
Castro, que se había fogueado entre gánsteres, actuaba como "guapo de pandilla”, peleaba, corría riesgos, pero estaba listo para salvar la vida, su audacia era complementada con un aguzado sentido para cambiar de bando en el momento oportuno, que nunca le falló en las traiciones que les infligió a grupos como el MSR o a la UIR.
A pesar de que el ataque al Cuartel Moncada fue un rotundo fracaso por lo mal planeada y organizada que estuvo la operación por quien después se autotitularía comandante en jefe, y a quien sus sicarios han gustado presentar a través de los años como un excepcional estratega militar, los sobrevivientes del asalto han logrado imponer un régimen que ha llevado a Cuba a la destrucción moral y material.
El terror y sus consecuencias, el miedo y la parálisis social, no tardaron en difundirse. El país se fue hundiendo económica y socialmente. Se escindieron amistades y familias. La miseria, cárcel, exilio y la muerte fueron derivaciones que afectaron a toda la sociedad.
A setenta y un años después del Moncada, sesenta y cinco del triunfo de la Revolución, hay muy poco de lo que se pueda enorgullecer el castrismo.
La Isla está regida por una nomenclatura que ha disfrutado sin interrupción del poder absoluto y degradado tanto a la nación que el propio Raúl Castro, otro arquitecto de la dictadura, ha dicho: "Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”.
Ni golpe militar, ni revoluciones. Elecciones.