Parafraseando a Sabina, si querés “vivir cien años” tenés que garantizar que el viento “de la libertad” no te despeine tu pelo arregladito para la foto; además, que ni se te ocurra plantearte la posibilidad de habitar fuera de “un hogar en el que nunca reine más rey que la seguridad”. La “seguridad” del rey, obviamente. “Y si protesta el corazón”, si hay algún asomo de rebeldía contra eso y le mueven el tapete a su majestad, el nacido en Úbeda hace casi 77 años recomienda ir a la farmacia a preguntar si “venden pastillas para no soñar”. Leyendo y releyendo la letra de esa rola, para mi gusto una de las mejores de este monstruo español, me pregunto si con el publicitado “DoctorSv” del “bukelato” distribuirán ese “medicamento” para evitar que vuelva a ocurrir en el país lo que, tras varios intentos, ya pasó en las décadas de 1970 y 1980: que mucha gente se lanzara a luchar decididamente hasta lograr la derrota de la anterior dictadura militar, impuesta en el siglo veinte por más de sesenta años.
Y es que necesitamos volver a soñar para aliviar a El Salvador de su mala salud política actual. Porque ciertamente está enfermo, independientemente de un hecho innegable pese a cómo se logró: la reducción de muertes violentas intencionales. Más allá de dicho escenario que lastimosamente no es irreversible ni idílico por la forma en que se alcanzó, la militarización para mantenerlo, el temor provocado ahora por agentes estatales y las violaciones de derechos humanos ‒sobre todo en perjuicio de la numerosa cantidad de personas inocentes privadas de libertad y sus familias‒ en este nuestro “hogar” no reina la seguridad verdadera, plena e integral. Veamos por qué sostengo esto.
Sencillo. Porque la personal se refiere a la reducción o la inexistencia de violencia física, como en el caso de las referidas muertes violentas. Pero esta es parte de la seguridad humana, que es más amplia y apunta a la dignificación de las personas. Se trata de una situación generalizada en la cual estas no tienen que preocuparse por el desempleo, la reducción de salarios y la profundización de la brecha de la desigualdad porque existe seguridad económica; tampoco por su comida ni por el aumento de los precios de las provisiones, porque está garantizada la seguridad alimentaria; la insalubridad, las epidemias, la mala calidad de los servicios sanitarios y la falta de agua potable son problemas que no existen o pueden superarse en una sociedad en la que prevalece la seguridad en salud; el deterioro del ecosistema es irrelevante porque impera la seguridad medioambiental; y, finalmente, porque la seguridad jurídica y la seguridad política no son productos publicitarios sino realidades que favorecen a la población.
Y más allá de la drástica disminución del llanto, el luto y el dolor provocado por la violencia pandilleril entre las mayorías populares salvadoreñas, todo lo anterior no es parte de su cotidianidad. Nunca lo ha sido, pero durante los últimos años su desmejora se ha visto incrementada. Por ejemplo, según la Encuesta de Hogares y Propósitos Múltiples elaborada por el Banco Central de Reserva, casi el 23 % de los hogares sobrevivían en situación de pobreza durante el 2019; la misma fuente estatal indica que en el 2024 estos se habían acercado al 26. En su descripción sobre el panorama regional durante el 2024, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe ubicó a El Salvador en el tercer sitio entre dieciséis naciones con la mayor “incidencia, intensidad e incidencia ajustada de la pobreza multidimensional”, solo abajo de Guatemala y Honduras. Según el mismo informe, estos tres países ‒a los que se unió Nicaragua‒ “destinaron menos de 600 dólares por persona al gasto social”, lo que contrasta con lo distribuido por Uruguay: más de cinco veces dicha cantidad.
La lista de inseguridades humanas en nuestra comarca no se agota con lo anterior. Más allá del desmedido ejercicio cosmetológico oficialista que desde Casa Presidencial ya le metió mano al tradicional carnaval de la ciudad de San Miguel y está por adueñarse del decepcionante fútbol nacional, para seguir repartiendo atol con el dedo a montones, la publicitada e interesada “telemedicina” deberá incluir la distribución de “pastillas para no soñar”. De no ser así, retomando a Sabina, puede ser que alguna gente empiece a dejar de mantenerse “dentro de la ley”; es decir, amedrentada e inmovilizada por el régimen de “excepción” que está por consolidar su permanencia duranta ya casi cuatro años. En esas condiciones imaginables, si usted quiere “vivir cien años” tendrá entonces que comprarse “una máscara antigás”.