Han pasado dos décadas del peor huracán que tenga memoria la historia de Centroamérica. En El Salvador causó la muerte de unas 240 personas, daños millonarios en la infraestructura y la agricultura, daños en unas 10 mil viviendas y casi medio millón de damnificados. Fueron días aciagos, que dejaron gran incertidumbre y desazón por la enorme vulnerabilidad ante la naturaleza.
Nuestros vecinos llevaron la peor parte. Tegucigalpa y otras ciudades hondureñas quedaron inundadas durante semanas. Unas 11 mil personas fallecieron e igual número desaparecieron en Honduras.
En Nicaragua, el alud de lodo del volcán Casita causó la muerte de unas tres mil personas, otras mil personas fallecieron en otras partes del país por Mitch, además de graves daños en la infraestructura y la red de carreteras.
El Salvador y toda la región es una zona profundamente vulnerable y necesitamos educarnos en la prevención de desastres para que tragedias como esta puedan evitarse en el futuro.