Joker: oda a la marginalidad

Viernes 18, Octubre 2019 - 10:02 AM
Quitemos hierro desde el principio. La versión cinematográfica de Todd Phillips sobre los orígenes del Guasón, villano de cartel creado en el complejo mundo del cómic estadounidense, es un portento. Destacan, sí, la cuidada actuación de Joaquín Phoenix, la impecable puesta escena del Nueva York ochentero como la Ciudad Gótica del paquín y la banda sonora, capaz de poner el contorno claustrofóbico que rodea la conversión del payaso triste en el asesino macabro.Pero esta película vale más porque su texto cinematográfico trasciende sus orígenes -el cómic- para dar paso a un subtexto que vive a medio camino entre la sátira política y el ensayo social. Gracias a que Phillips encuentra una voz muy clara puede, con el pretexto de contarnos los orígenes del Guasón, hablarnos sin concesiones de la metáfora del payaso. Y esa es una metáfora sobre la marginalidad.Arthur Fleck es, primero, un ser marginal. Lo es antes de ser un enfermo mental que intenta contener su locura dentro de los cánones que impone una sociedad en la que él no tiene lugar. Lo es antes de que quienes lo marginan lo transformen en el payaso asesino. Es la marginalidad la que impide la sanación de la locura y la transforma en odio ciego, en violencia.Arthur Fleck es, antes que loco, un niño nacido de la locura social que provoca la desigualdad. Arthur es hijo de una madre soltera, marginal también, violentada por su pareja y sus patronos; hija ella también de una sociedad que la desprecia y no tiene reparo alguno en enviarla a los contornos de miseria que rodean las ciudades en las que vive la gente de bien.Es ahí donde nace Arthur. Es ahí donde Arthur intenta seguir las reglas de convivencia. Es ahí donde busca, sin éxito, la redención, la salida. Pero claro, la estirpe de Arthur tiene algo de Macondo: está condenada.La pregunta final, brutal, que nos arroja la narrativa tiene que ver con la maldad. Y la trampa es pensar que la maldad concentrada en el guasón asesino que una vez fue el indefenso Arthur Fleck es la única condenable. Que lo es: no hay, no puede haber disculpas para el asesinato. La trampa es obviar las otras maldades, las menos marginales, las que se visten, pulcras, y se las disculpa porque están así vestidas.No soy especialista en cómic, ni siquiera lector regular, pero entiendo, por lo que me cuentan colegas que sí lo son, que en esta película la torcedura del código moral del cómic adquiere nuevas dimensiones: aquí Thomas Wayne, el millonario filántropo, protector de Gótica, es otro villano. Es, en un giro propio del guion que da vida a este filme, la encarnación de la desigualdad cuyo reverso es la marginalidad que condena a Arthur Fleck.Es la figura de Thomas Wayne la que más actualidad de a la película. Porque Thomas Wayne es Donald Trump: un millonario que lo es gracias a un sistema hecho y mantenido para favorecer a gente como él -recorte masivo de impuestos a los más ricos, ¿les suena?- y que entiende a los otros como los que valen menos, como los holgazanes que son pobres por decisión propia, como los desechables.Al final, en el arco narrativo de la película, el asunto de la transformación del marginal en el asesino -el origen social de las pandillas, ¿les suena?- termina siendo el tronco del que se desprenden, como ramas deformes, los otros cuentos, el de la hipocresía del que juzga desde la comodidad, o el del comentarista empoderado por sus relaciones políticas y su megáfonos que no duda erigirse en juez supremo de los otros, los marginales, los provocadores del caos. Por ejemplo.https://www.youtube.com/watch?v=zAGVQLHvwOYLa narración principal y las que la acompañan llegan sin imposturas. Y es así gracias a cuatro cosas que, en términos cinematográficos puros, hacen de esta una película extraordinaria para los estándares actuales: