La filantropía

Miércoles 08, Enero 2025 - 5:20 AM

La diferencia comúnmente citada es que la caridad alivia los problemas sociales, mientras que la filantropía intenta resolver esos problemas. Es decir que los filántropos le apuestan a la inversión de una sociedad, cultivando el intelecto y los valores, para enseñarle a las nuevas generaciones a pescar y a generar riquezas.

La razón por la cual existen grandes universidades y de calidad en los Estados Unidos de América, es que las personas y los empresarios aprendieron el valor de la filantropía, es decir han sembrado parte de sus riquezas a través de las décadas en estos centros de estudios, dicho de otra manera, son desprendidos, porque entendieron que una sociedad educada y preparada aporta de mejor manera a su nación, de modo que las personas entre mas se preparan, tienen mejores oportunidades de generación de riquezas. Lo mismo ocurrió con las iglesias cristianas, muchas de ellas fueron construidas por filántropos. Sin embargo, aunque los filántropos han buscado cultivar vínculos entre los miembros de la sociedad estadounidense, no siempre han entendido esta tarea de la misma manera. Ya que los donativos a organizaciones humanitarias, personas, comunidades, o a través de organizaciones no gubernamentales con fines no lucrativos, así como lo es el trabajo de voluntario para apoyar instituciones que tienen el propósito específico de ayudar a los seres humanos y mejorar sus vidas, son considerados actos filantrópicos, siempre y cuando no estén movidos por intereses económicos o políticos. La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad alivia los problemas sociales, mientras que la filantropía intenta resolver esos problemas. Es decir que los filántropos le apuestan a la inversión de una sociedad, cultivando el intelecto y los valores, para enseñarle a las nuevas generaciones a pescar y a generar riquezas. Esto me recuerda la historia de aquella mujer que, junto a su esposo, iban vestidos con trajes de algodón barato, llegaron a la ciudad de Massachusetts en Boston un día de 1891. Ellos se dirigieron hacia la Universidad de Harvard (en Cambridge), con la intención de hablar con su presidente. Al llegar, la secretaria de dirección les comentó que aquello era una misión imposible, que su jefe no recibía a cualquier persona que en la puerta se presentara y que tenía menos tiempo que perder que el necesario. Pero aquella respuesta no desanimó a la pareja, que contestaron que se quedarían allí sentados, sin prisa, hasta que el hombre pudiera recibirlos. La pretendida insistencia del matrimonio intimidó a la asistente. Luego de comprobar que los esposos no tenían intención alguna de marcharse, es por ello que decidió hablar con su superior. Hay ahí un par de pordioseros que desean parlamentar con usted, alguien que no merece su tiempo, pero es que no se van ni con agua hirviendo. Tal vez, si conversa usted con ellos unos minutos y les agrada, entonces, y sólo entonces, es posible que abandonen el campus y se vayan contentos. El presidente, con mohín adusto, asintió y aceptó recibir a los esposos de humilde condición. La esposa de nombre Jane Stanford se dirigió al presidente de la universidad, comentándole cual era su propósito. El caso es que teníamos un hijo estudiando en esta universidad, pero lamentablemente murió hace unos días. Él amaba Harvard, y mi esposo y yo desearíamos levantar algo en su memoria en algún lugar del campus, si es posible. El presidente de la universidad de forma burlesca esbozo una sonrisa. Y dijo: no podemos erigir una estatua por cada persona que haya estudiado en Harvard y posteriormente haya fallecido. Leland Stanford, el marido, le comunicó a su interlocutor que su intención no era la de levantar una estatua, lo que ellos deseaban era donar un edificio al centro que llevara el nombre de su hijo, honrando así su memoria. ¿Un edificio? ¿Tienen la más remota idea de cuánto cuesta un edificio? Dijo el presidente de la universidad. Nosotros hemos invertido hasta ahora más de siete millones y medio de dólares en la construcción de todos los edificios que componen la universidad. Los extraños visitantes quedaron en silencio, intercambiaron miradas durante unos segundos y exhalaron un pequeño suspiro al unísono. ¿Siete millones y medio de dólares? ¿Tan poco cuesta iniciar una universidad? No se preocupe, señor presidente, ya no robaremos más de su precioso tiempo. Levantaremos una universidad nueva en memoria de nuestro difunto hijo. Y abandonaron el lugar dejando al hombre en un estado de confusión y desconcierto. Y es así como nació La Universidad Leland Stanford Junior, es posible que esta historia sea cierta o no, pero el valor de ayudar en causas que beneficien a una sociedad en valores y educación, siempre será una buena apuesta.