Sonriente, Alexis Dugarte posa delante de una impactante cortina de luces que parece flotar sobre el contaminado río Guaire, en Caracas. "Es sorprendente", confiesa sin inmutarse por el olor putrefacto del cauce que atraviesa la capital de Venezuela.
"Darle este regalo a las personas es buenísimo, sube el ánimo", afirma Dugarte, de 26 años, rodeado por decenas de curiosos que se toman selfis en la iluminación de más de un un kilómetro financiada por el oficialismo.
Otros, con celular en mano, se fotografían desde los techos o las ventanillas de carros. La desolación que marcó a la ciudad en las últimas navidades quedó atrás pese a la grave crisis.
Afiches con el eslogan "Navidades felices" están esparcidos en una Caracas iluminada, con ferias gastronómicas, conciertos y mercados repletos de ingredientes para hallacas, tamal típico preparado en Navidad.
En Chacao, en el acomodado este de Caracas, plazas y avenidas, ahora adornadas e iluminadas, muestran un constante movimiento, incluso los domingos.
- El "boom" de los pinos -
En un mercado de clase media, el chasquido de tijeras se mezcla con el olor a pino recién cortado. Árboles de Navidad de hasta dos metros son ensamblados con ramilletes naturales. El más grande se vende a 60 dólares.
Este año, los arbolitos de pino han sido "un boom", señala a AFP Brenda Velásquez, dueña de una floristería que ha visto duplicar las ventas, la mayoría en dólares, tras vivir en 2018 "el peor de estos últimos cinco años".
- "Hacer de la tragedia algo bonito" -
La vistosidad de los adornos instalados por el gobierno socialista contrasta con la modesta decoración en vecindarios del empobrecido oeste caraqueño.
Discos compactos desechados cuelgan entre callejones y fachadas del barrio Artigas, además de viejos muñecos de Papá Noel, calcetines de fieltro y lazos desempolvados de navidades anteriores.
"El año pasado todo mundo estaba apagado, cada quien en su casa, apáticos", recuerda Vanessa Subero, manicurista de 39 años. "Este año, la gente se ha sumado a adornar, no quiere saber de política", remarca.
Sin dinero para irse a un bar, como solían hacerlo, Irama Pichardo, maestra de 42 años, y sus amigos optaron por observar adornos en edificaciones históricas del centro después de compartir "galleticas con salsa" y chocolates.
"Estamos tratando de hacer de esta tragedia algo bonito", reflexiona Irama, quien dice extrañar a su hija que emigró.