María Santana Hernández es una artesana de comales originaria de San Juan Nonualco, quien, a sus 72 años de edad, vivió una de las pérdidas económicas más significativas de su vida laboral. Una serie de lluvias a inicios de este año acabaron, no solo echando a perder buena parte del material que utiliza para quemar comales, sino con muchas de las pertenencias personales que se encontraban en su casa.
María compra cada diciembre $200 de zacate de arroz para poder quemar, durante todo el año, los comales que comercializa en su negocio, pero como consecuencia de una tubería obstruida y de las fuertes tormentas que sucedieron en este pueblo del departamento de La Paz, buena parte del zacate se echó a perder, así como una gran cantidad del barro que había comprado para el negocio.
Debido a esta pérdida, Hernández disminuyó la producción de comales este año y ha pasado de quemar cinco docenas cada semana, a hacerlo cada 15 días. Una baja notable.
Esta artesana asegura que el invierno afecta la elaboración de los productos de barro, y en su caso señaló que cada vez que llueve tiene que deshacer los comales para intentar volver a moldearlos al día siguiente, representado una pérdida de trabajo, de material y de tiempo.
“La mayoría de artesanos no trabajan el barro en época de lluvia”, señaló María e indicó que ella con su hija “sí lo hacen”, elaborando y vendiendo de esta forma diferentes tamaños de comales desde su casa, y aunque saben que las ventas en invierno son menores, jamás se imaginaron que a inicios del 2019 tendrían que experimentar pérdidas.
Esta sanjuanense aseguró que ya no mantiene la cantidad de mercancía que comercializaba antes, indicando que si bien los compradores pasan “hasta semanas que no buscan comales”, siempre venden aunque sea “un poquito”, debido a que éstos rondan precios desde $1.50, hasta los $5.
Hernández comentó que en años anteriores vendía sus productos por docenas, pero decidió no hacerlo más, porque se percató que muchas personas le compraban grandes cantidades de comales, para revenderlos a veces hasta por “el doble de dinero” que ella ofertaba, en un claro aprovechamiento de su trabajo, inversión y sacrificio.
María aprendió este oficio a sus 12 años, heredándolo de su bisabuela y de su madre. Fue así como a la edad de 23 años comenzó a comercializar esta clase de productos desde su casa y no dejó de trabajar desde entonces.
Con el paso de los años, esta artesana le enseñó a su hija el oficio así como lo habían hecho con ella cuando apenas era una niña, y actualmente su hija moldea otros artículos de barro con el objetivo de atraer a los clientes y costear de esta forma un poco las bajas económicas que enfrentan.
A pesar de que este año no cumplirá las expectativas financieras que esta moldeadora deseara, María asegura que continuará laborando desde su casa; es un trabajo que “le gusta, porque le ha ayudado a generar ganancias y a estar presente en la vida de sus hijos”.
Agradece el hecho de saber un oficio, ya que éste le sirvió “para darles aunque sea un poco de estudio” a sus cuatro hijos, y espera que este próximo año la demanda y el clima le permitan generar otro panorama económico.