Óscar Rivas es un zapatero aguilarense que aprendió su oficio en el año 1995, con ayuda de unos amigos llamados “los chachos”. Relata que al principio tuvo que aprender a coser zapatos, y que no fue nada sencillo, ya que el trabajo físicamente era duro para sus manos.

Para enseñarle a coser, comenta que los otros zapateros le colocaban puntos en la suela del zapato, para que siguiera la costura, pero mientras aprendía le resultó muy difícil porque “a veces se pinchaba, y se sangraba” las manos; Rivas indica que no les decía nada a quienes le estaban enseñando, porque quería aprender, y tenía miedo que si decía algo, no le enseñaran más el oficio, ya que pensarían que no podría desempeñarlo; por esto, aunque le dolieran sus manos, tomaba trozos de tirro blanco, se vendaba las heridas y seguía “aprendiendo, aún con las manos lastimadas”.

Antes de ser zapatero Óscar trabajó en una venta de madera, pero dejó de laborar ahí por cuestiones salariales; en su antiguo trabajo ganaba 35 colones a la semana, mientras que en este nuevo oficio lograría ganar un promedio de 50 colones semanales; señala que debía pensar en su esposa y en brindarle un bienestar a su familia.

Oscar Rivas tiene actualmente 45 años de edad, 25 de éstos dedicados al oficio de la zapatería. / DEM


Meses después, Rivas es contratado por una persona que le exigía la mitad de las ganancias diarias que obtuviera; con el paso del tiempo, otros zapateros motivaron a Óscar a que se independizara y fue con ayuda de sus amigos que le regalaron diferentes herramientas como logró iniciar, emprendiendo de forma individual. Comenzó por alquilar un puesto en el mercado central de Aguilares por 40 colones al mes.

Con la ayuda de préstamos bancarios y su trabajo, Óscar logró no solo obtener en el año de 1998 un puesto propio en el mercado, sino, años después, pudo adquirir un terreno para comenzar a construir su casa.

Luego de casi 17 años en el mismo lugar, Óscar, junto con otros 12 zapateros, fueron obligados a retirarse temporalmente del mercado, mientras construían un techo de lámina, pero no les dieron opciones para poder trabajar mientras esta construcción se realizaba. Es así como de forma obligada pierde a toda su clientela, y tiene que iniciar desde cero para poder continuar trabajando.

Pese a que existen máquinas para coser suelas, continúa el oficio a mano, tardándose entre 35 y 40 minutos en trabajar un zapato. / DEM


A pesar de este problema, Rivas asegura que si bien en su puesto en el mercado lograba atender a seis personas al día, ahora atiende entre 10 y 20 a diario, generando una ganancia duplicada desde hace cuatro años.

Con la creciente demanda Óscar necesitó contratar un ayudante, y en vista de que su esposa se quedó sin trabajo decidieron que él le enseñaría el oficio a ella, ya que “el empleo de la mujer es desvalorado aquí en El Salvador, porque a una mujer no pasan de pagarle $4 al día”, y enseñándole a ella podrían “quedar en la misma familia las ganancias”.

Rivas logró sacar a su esposa, y a tres hijos adelante, y aunque aseguró que hace 22 años quiso emigrar a Estados Unidos, desistió al enterarse que iba a ser padre, motivándose más porque él provenía “de una familia muy sufrida, nunca tuve un padre y mi madre siempre se esforzó por nosotros” señaló. Asegura que el embarazo de su esposa le ayudó a soportar “lo duro del trabajo”, y aunque admite que sus manos continúan siendo marcadas con nuevas cicatrices, el hecho de que sus hijos se estén “convirtiendo en profesionales no tiene precio”.

Óscar espera en un futuro “tener una estiradora de zapatos, otra máquina, y una venta de material de calzado,” asegura que ese es su sueño para “tener un puesto a la perfección”.