“La galería y tienda de artesanías ‘El Árbol de Dios’, con profundo dolor comunica que la noche del 10 de agosto de 2018 falleció, por causas naturales, nuestro amigo y fundador, el artista salvadoreño Fernando Llort, a sus 69 años de edad, en su casa de habitación en San Salvador y al lado de su familia”, publicó en sus redes sociales la Fundación Fernando Llort.
Desde ese momento, entidades, artistas, políticos, personalidades y amigos, desbordaron las redes sociales con mensajes de pésame para la familia.
“El Ministerio de Cultura lamenta el sensible fallecimiento del maestro Fernando Llort, pintor, escultor, muralista y compositor, quien con su obra participó en muchas exposiciones individuales y colectivas alrededor del mundo, ganando reconocimientos para su amado El Salvador.”, externó la entidad mediante un comunicado.
Amigable, sencillo, siempre rodeado de una envidiable aura de paz, aun cuando le ocurrió “la cosa más triste de su vida” ese 26 de diciembre de 2011, al enterarse que habían hecho añicos su obra “Armonía de mi pueblo” que embellecía la fachada de la Catedral Metropolitana desde 1998.
Ante la indignación pública por este hecho, él nunca protestó ni mostró su enfado por la destrucción de su más grande obra y prefirió no hablar mucho sobre este tema.
Pasado ese revés, tenazmente continuó su vida y, contrario a lo esperado con el paso de los años, el hijo meritísimo de El Salvador, se miraba cada vez más activo creando e impulsando el arte en el país.
Las pintorescas obras del Premio Nacional de Cultura 2013, han marcado la historia salvadoreña y su estilo característico ha sido reproducido en artesanías, souvenirs, calzado, ropa, accesorios y arte en general.
La formación de un artista
La historia de Fernando Llort Choussy, como artista, comenzó a escribirse desde muy pequeño, manifestando gran interés por el arte y las manualidades. A sus 15 años ya había tenido contacto con el maestro ceramista César Sermeño.
A sus 23 años llegó a La Palma, Chalatenango. Caminando por las calles de este pueblito, Fernando encontró a un niño frotando una pequeña semilla de copinol contra el suelo y descubrió que tenía una superficie blanca con un marco de color marrón. “Una pintura enmarcada”, pensó y la pintó con muy pequeños y coloridos dibujos.
Ese episodio lo impulsó a la creación de su primer taller en La Palma, al que denominó “La Semilla de Dios”, donde surgió el particular “estilo palmeño”.