Los relojes en el territorio salvadoreño marcaban las 08:32 horas de la mañana, aquel miércoles 16 de julio de 1969. Las radioemisoras y los periódicos estaban enfrascados en narrar los avances del ejército nacional dentro del territorio hondureño, como parte de la Guerra de la dignidad nacional emprendida por el gobierno del presidente y general Fidel Sánchez Hernández contra el vecino país por haber expulsado a más de 100 mil salvadoreños residentes desde hacía décadas en aquellas tierras.
Más de un millón de personas se ubicó a cerca de seis kilómetros de distancia de la plataforma de lanzamiento, en las propiedades y lagunas alrededor de Cabo Cañaveral, Cabo Kennedy o Centro Espacial Kennedy como se le denominaba a aquella inmensa instalación espacial en la península estadounidense de la Florida. ¿Habría algunas personas salvadoreñas -residentes o turistas- presentes entre aquella muchedumbre?
Más de tres mil periodistas de casi todo el planeta se acreditaron para ser parte del inicio de aquel viaje histórico. Doce de ellos procedían de los países del Pacto de Varsovia. Ninguno de aquellos profesionales de las comunicaciones era salvadoreño. En apariencia, la guerra con Honduras había impedido que algún comunicador nacional viajara para presenciar aquella hazaña trascendente y trascendental. Por eso, la mayor parte de medios impresos, radiofónicos y televisivos del país informaron del proceso de lanzamiento y alunizaje del Apollo 11 mediante cables y radiofotos de agencias internacionales como AP y UPI.
Tras aquel despegue, tres experimentados astronautas estadounidenses, de entre 36 y 38 años, serían los primeros en salir de la órbita terrestre, llegar a Selene (el nombre griego de la Luna) y posar un módulo lunar sobre su superficie, para después realizar una caminata de varias horas, en la que recogerían más de 50 quilogramos de piedras y polvo. Obtener esas muestras resultaba crucial, pues también era la misión de la nave soviética no tripulada Luna 15, que debía regresar a la Tierra con su valiosa carga. Sin embargo, la carrera parecía estar a favor de la NASA y sus astronautas, pues la astronave de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) había errado la trayectoria y pasó de largo frente al satélite natural terrestre.
Para acompañarlos, el papa Paulo VI pidió a toda la cristiandad sus oraciones , mientras aquellos viajeros se dirigían hacia aquel “pálido y silente satélite”, como dijo el pontífice en su mensaje desde los salones vaticanos. Toda protección era poca para aquel viaje. Los dos astronautas designados alunizarían con oxígeno suficiente para tres días, pero no podrían regresar a la nave madre en órbita si se dañaba el módulo lunar de siete mil quilogramos de peso o si la inclinación del mismo sobre la polvosa superficie selenita variaba en más de 35 grados.
Por su parte, el máximo experto de asuntos lunares del mundo musulmán, el jeque Ahmad Haredi, Gran Mufí de Egipto, aprobó el viaje del Apollo 11 y señaló que en nada afectaría sus observaciones para fijar la fecha de desarrollo del siguiente mes sagrado del Ramadán. De esa manera, dos de las grandes religiones monoteístas le dieron su respaldo a aquella empresa de exploración lunar, emprendida por Estados Unidos como parte de su guerra fría con la URSS. Como detalle curioso, la portada de Pravda (el diario oficial soviético) deseó buen viaje a los tres tripulantes del Apollo 11. Pero lo hizo hasta el día siguiente del lanzamiento.
En aquella misión, proyectada por el presidente John F. Kennedy a inicios de la década, Estados Unidos había invertido poco más de $355 millones y había puesto a trabajar a poco más de 400 mil personas. Muchas de ellas eran mujeres dedicadas a hacer los cálculos de ingeniería y la programación de las computadoras necesarias para todas las actividades de despegue del cohete Saturno V y del alunizaje del módulo lunar Eagle (Águila). Muy lejos, en los salones de la Casa Blanca, el presidente Richard Nixon vería el despegue desde un monitor de televisión. Una gripe en proceso hizo que sus médicos le recomendaran no asistir a la Florida para despedir, en persona, a los viajeros espaciales. No fuera la mala suerte y los contagiara con aquellos virus o con otras de sus malas artes.
Pero no todo el pueblo estadounidense estaba a favor de aquel despegue. De hecho, fue a fines de junio cuando la casa encuestadora Louis Harris reveló que el 51% de los adultos estadounidenses estaba a favor del lanzamiento del Apollo 11. En febrero, aquel porcentaje favorable era apenas del 49 %, frente a un 39 % de desaprobación y al restante de desánimo, sin duda justificado por la pobreza existente en grandes sectores poblacionales de diversos estados y al enorme gasto militar involucrado en la guerra de Vietnam y otras misiones en el exterior.
Aquel miércoles 16 de julio de 1969, muchas personas del mundo se asomaron a las cajas de sus televisores para contemplar el lanzamiento. Para la mayor parte de Centroamérica y del Caribe, la transmisión no fue en directo, sino en grabación diferida. Era comprensible, pues la mayor parte de los pocos canales existentes comenzaban sus transmisiones a partir del mediodía. Por ese motivo, YSUTV, canal 4 de la televisión salvadoreña, programó una emisión especial a partir de las 10:10 p.m., de aquel día histórico.
El 17 de julio, durante un discurso al país, el presidente salvadoreño, general Fidel Sánchez Hernández hizo una cita memorable, en la que señalaba que la humanidad podía caminar tranquila por la superficie de la Luna, mientras que los salvadoreños no podían caminar por las veredas de Honduras sin el temor de ser interceptados por los integrantes de la Mancha Brava que los vapuleaba y enviaba hasta la frontera. Discurso y frase fueron obra del abogado y escritor salvadoreño Dr. Waldo Chávez Velasco, encargado de las Comunicaciones en la Casa Presidencial y en el búnker especial del cuartel El Zapote, donde estaba instalado el centro de mando de la guerra con Honduras.
¿Por qué Sánchez Hernández y Chávez Velasco hicieron esa mención a la misión lunar en aquel discurso? Es posible que haya sido por la evidente exclusión que el gobierno de Estados Unidos hizo del mandatario salvadoreño al momento de escoger a los representantes centroamericanos cuyas palabras quedarían para siempre registradas en la superficie de la Luna. En un disco especial destinado a hipotéticos viajeros de otros mundos, los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin depositaron los breves mensajes enviados por 73 presidentes y jefes de Estado de igual número de países de la Tierra. De la región centroamericana, los escogidos fueron el costarricense José Joaquín Trejos Fernández (1916-2010), el coronel panameño Bolívar Urrutia Padilla (1918-2005, integrante de la junta militar golpista que funcionó del 11 de octubre de 1968 al 16 de diciembre de 1969) y el general nicaragüense Anastasio Somoza Debayle (1925-1980).
El domingo 20 de julio de 1969, la humanidad dio un enorme salto en su historia, como lo señaló el propio Neil Armstrong en su frase inmortal pronunciada al posar su bota sobre la superficie lunar. Tres años más tarde, el programa espacial Apollo sería cancelado por el gobierno estadounidense con el lanzamiento nocturno de la nave Apollo 17, en diciembre de 1972.
Durante las más de 74 horas que duraron los tres paseos de exploración hechos por la Luna por los tripulantes del Apollo 17, ellos y su vehículo lunar trabajaron en diversos puntos, entre ellos el valle Taurus Littrow, zona de alunizaje y despegue de aquella última misión espacial estadounidense en la Luna. Fue allí donde el geólogo Harrison Schmitt recolectó la roca 70017, que ingresó a la Tierra entre los casi 111 quilogramos de rocas lunares recogidas en esa misión final. Por decisión del gobierno de los Estados Unidos, esa roca fue cortada en 135 partes y se le obsequió una a cada uno de los países y territorios de la ONU y del grupo de países no alineados.
De aquellas “piedras de buena voluntad”, la de El Salvador fue recibida por el presidente y coronel Arturo Armando Molina en una de sus primeras acciones como gobernante electo por decisión de la Asamblea Legislativa. Como narrara hace cinco años el antropólogo y astrónomo salvadoreño Jorge Colorado, aquella roca lunar “se encuentra dentro de una bola de polimetilmetacrilato, el plástico más transparente y resistente que existe, y colocada en una placa de madera que explica el sitio lunar de donde fue extraída. Es acompañada por una pequeña bandera salvadoreña, que estuvo orbitando a la luna durante 147 horas y 48 minutos abordo del módulo de servicio América del Apolo XVII, que fue piloteado por el astronauta Ronald Evans.”
Durante algún tiempo, aquella roca lunar fue exhibida sobre una chimenea en la Casa Presidencial del barrio de San Jacinto. Después, fue olvidada en la bodega del anterior edificio del Museo Nacional de Antropología “David J. Guzmán” (MUNA), en la colonia San Benito. Rescatada casi de la basura, fue exhibida ante el público en 2009, 2013 y 2014 por solicitud hecha por el Lic. Colorado y de la Asociación Salvadoreña de Astronomía (ASTRO) ante las autoridades del ya desaparecido Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura).
Un trozo de la Luna yace entre nosotros en momentos en que el mundo conmemora los 50 años de la llegada de seres humanos al único satélite natural de nuestro planeta. ¿Será posible y conveniente que el MUNA y sus autoridades abran de nuevo su bodega y le muestren a nuestro pueblo esa pequeña maravilla de más de 3500 millones de años de antigüedad?