Jorge Alberto Hernández “Chema” fue el motorista de San Óscar Arnulfo Romero, mientras fue obispo de Santiago de María en Usulután, por más de 20 años. /DAVID DURÁN


Santiago de María, municipio ubicado al norte del departamento de Usulután, es una ciudad comercial que dista un poco de la tierra que un día caminó San Óscar Arnulfo Romero. Algunos pobladores aseguran que, en el siglo XX, hubo ahí varios mesones que fueron visitados por el primer santo salvadoreño y que fue en este lugar donde él conoció “la extrema pobreza”.

Jorge Alberto Hernández, conocido en Santiago de María como “Chema”, fue el motorista que trabajó con monseñor Romero desde 1974 hasta 1977.

“El comité de motoristas me eligió a mí para que yo le sirviera a Romero, supuestamente de motorista. Llegué donde monseñor Romero al palacio y me dijo ¿usted me va a ayudar? Claro, monseñor, le dije, yo le voy a ayudar, le voy a manejar”, recordó “Chema”, previo a la canonización de San Óscar Romero.

Lo llevaba a diferentes lugares: San Salvador, Sesori, Ciudad Barrios, Chapeltique y a todas las iglesias que eran parte de la diócesis.

Jorge Lardé y Larín, en su libro El Salvador: historia de sus pueblos, villas y ciudades, afirma que Santiago de María ascendió a la categoría de ciudad por decreto legislativo emitido el 27 de abril de ese mismo año. El surgimiento de fincas de café había abonado a la economía del municipio y los empleos temporales dieron lugar a su desarrollo y creación de numerosos mesones en la zona.

En uno de esos mesones que se mantenían erguidos en la década del setenta, vivía “Chema”, quien aseguró que el santo llegó a buscarlo a su vivienda en una ocasión y que la visita lo dejó inquieto.

“Me preguntó ¿ahí qué es? Monseñor sabía de pobrezas, es un mesón, le dije yo. ¿Por qué no me invita a pasar? Me dijo. Como no, véngase (respondió). Ahí iba a conocer la extrema pobreza. El primer cuarto era de su servidor y en el segundo y tercer cuarto vivía una amiga mía, una anciana, Martina”, indicó el ahora anciano de 79 años de edad. Romero encontró a Martina atizando sin tener nada que comer en una habitación vacía.

“¿Cómo estás Martina? La señora agachada soplando el fuego, sin tener qué calentar. Esa es la extrema pobreza. Ahí conoció monseñor la extrema pobreza”, insistió. San Romero delegó entonces a “Chema” la misión de comprar una mesa, una silla y una cama para Martina.

“Después visitamos los mesones del pueblo, muchos mesones. Me delegó a mí que de lo que recogíamos (por la venta de boletos de bautizo) comprara libritas de arroz y de frijoles” para llevar a los mesones y entregar a los pobres.

Durante los cuatro años que trabajó con San Óscar Romero, “Chema” vio en el arzobispo a “una persona bondadosa, cariñosa, comunicativa y servicial”.

“Cuando era necesario se enojaba, era enojado. Si alguien faltaba a la iglesia, cualquier sacerdote, era enojado, lo ponía quieto”, señaló “Chema” con firmeza tras haber conocido de cerca algunas experiencias que, entre risas, sorprendieron a quien ahora esta historia escribe.

Hernández también guarda con estima una fotografía junto al Santo cuando aún era obispo de Santiago de María en Usulután. /DAVID DURÁN


La concepción de “Chema” sobre el nuevo santo de la iglesia católica no difiere de la que mantiene Rosa Amalia Gutiérrez, una anciana originaria de cantón El Tigre, de Santiago de María, quien trabajó como catequista en la catedral cuando monseñor Romero fue nombrado arzobispo de ese municipio. “(Él) visitaba mesones y visitaba las comunidades”, dijo. Añadiendo que “era bien amable y bien gentil con todas las personas, y con los más pobres era más compadecido”. Creó tanta simpatía entre los fieles católicos santiagueños que cuando llegaba a los cantones a oficiar misa lo recibían como en fiesta.

“Chema” guarda con amor una carta que San Óscar Romero le envió, cuando su mamá murió. En ella el santo dice: “La muerte siempre es un término y generalmente se muere como se ha vivido”.


“(Lo recibían) con alegría, a veces hasta con cohetes”, señaló Gutiérrez, quien presenció en ocasiones la bienvenida que le daban al santo en el cantón El Zapatillo.

Héctor Antonio Moreno, yerno de Gutiérrez, fue parte del coro en la catedral de Santiago de María en los tiempos de San Óscar Romero en ese municipio.

Héctor Moreno fue acólito y miembro del coro que acompañaba a monseñor Romero a las misas de todas las parroquias de la diocésis de Santiago de María. /DAVID DURÁN


Moreno afirmó que Romero llevaba a los coristas a las fiestas patronales de todos los municipios de Usulután, donde conversaba con la gente y se mostraba sencillo. “Era una persona bien humilde y sencilla, él platicaba con cualquiera, no seleccionaba porque unos eran de una clase y otros de otra, él a todo mundo recibía y con todo el mundo hablaba”, destacó.

La pobreza que conocía en Santiago de María, como en el resto del país, despertaba cada vez más la consciencia del entonces arzobispo.

El padre Lorenzo Menéndez Mejía, párroco de la iglesia de Alegría, en Usulután, fue uno de los acólitos que tuvo el santo en la ciudad santiagueña. El sacerdote aseguró que el exarzobispo de San Salvador proyectaba una “noción de cercanía, de confianza”. Al terminar la misa, declaró, monseñor hacía la procesión a la salida de catedral. Se quedaba en la puerta “para darle la mano al pueblo”, despedía a todos los feligreses mientras los acólitos le hacían valla. Según Menéndez, San Óscar Romero tuvo la fama de ser buen predicador, siempre usó los medios de comunicación para difundir el evangelio y usaba un lenguaje comprensible en temas considerados difíciles de entender.

El padre Lorenzo Menéndez, párroco de Alegría, guarda una fotografía donde aparece como acólito de monseñor Romero, cuando era obispo de Santiago de María. /DAVID DURÁN


“Siempre predicaba la palabra de Dios iluminando la realidad que estaba sucediendo”, acotó el padre, quien destaca en el santo, su sencillez y cercanía entre los fieles de Santiago de María, una ciudad que ya no cuenta con las calles de antaño ni con los mesones que recorrió San Romero, pero que sigue queriendo a ese hombre y recordándolo como “uno de los grandes que pasaron por Santiago”.
(Monseñor Romero) Es un pastor, un pastor con olor a oveja”
Padre Lorenzo Menéndez
Párroco de Alegría

Después visitamos los mesones del pueblo, muchos mesones. Me delegó a mí que de lo que recogíamos (por la venta de boletos de bautizo) comprara libritas de arroz y de frijoles”
Jorge Alberto Hernández
Motorista de San Romero en Santiago de María

Él tenía un estilo sencillo, no usaba palabras rebuscadas porque no le entendería la gente; él trataba de contener el lenguaje a nivel del pueblo”
Héctor Antonio Moreno
Corista en la Catedral de Santiago de María