“Uno en una relación piensa que como me ama, y le amo, no es necesario la protección”, son las palabras de Irma Marroquín, quien en 1999, a la edad de 25 años, decidió realizarse una prueba de VIH en una clínica parroquial de San Emigdio, en San Vicente, luego que su pareja y única persona con la que había tenido relaciones sexuales muriera.

Pensó que estaba en riesgo y decidió hacerse la prueba. Por su estudio y trabajo en San Salvador, los resultados de la prueba los recibió otra persona. Ella se enteró por una llamada telefónica: la prueba es positiva. Al llegar a su casa, toda su familia sabía la noticia.

Con palabras cortadas, dice que aunque poseía información sobre el VIH, jamás se logra estar preparado para recibir la noticia, incluso ella, que durante bachillerato hizo sus horas sociales en salud sexual y reproductiva, no logró estarlo.

Fue discriminada con palabras y gestos: “Ahora todo mundo va a decir que has andado de loca”, o le preguntaban si los objetos con los que se había cortado eran una forma de transmitir el virus.

Ella decidió seguir su atención médica a través de Fundasida y sufrió impacto en su vida en 2001, cuando su cuerpo tuvo toxoplasmosis.“En un mes me estaba muriendo, perdí peso, todo lo que comía lo vomitaba, e incluso, entre dos personas me levantaban para movilizarme”, detalló Irma; los medicamentos que recibía eran para otra cosa, fue hasta que a través de un TAC (Tomografía Axial Computarizada) que pudo iniciar y completar su recuperación.

Ahora tiene 44 años y trabaja en la concientización de personas que son diagnosticadas con VIH.