A menudo nuestras percepciones se comprueban en función de lo que podemos ver, oír, probar, tocar y oler. Si permitimos que lo que se desarrolla a nuestro alrededor moldee nuestra percepción sin comprobar, viviremos siempre en un mundo muy limitado. Es exactamente eso lo que la mayoría de nosotros hacemos hoy en día.
Nunca como ahora la sociedad tiene la convicción que lo que escucha o lee es realidad, no importa si la percepción es una falsedad, un juego de postverdad o una simple calumnia. Especialmente en redes sociales, si la gente lee un rumor o noticia, ésta es creída, aumentada y en muchos casos distorsionada. Abundan quienes con dolo o doble propósito inventan historias que la gente asume como reales y, lo que es peor, con base en las mismas, actúan y deciden. La tendencia de la mayoría es a creer con mayor facilidad lo negativo, ya que son las noticias sensacionales las que impactan con mayor profundidad.
En esta época de fugacidad y rapidez con la que viaja la información en medios de comunicación y las redes sociales, es imperativo para la sociedad ante hechos que forman opinión, estar atenta con precisión para no dejarse sorprender y caer en las hieles y la crítica no revisada ni fundamentada; en otras palabras, alentar el “fake news”.
Dado que creer es una condición humana, cuando se deja de creer en algo, el ser humano busca aferrarse a su propia sobrevivencia en sociedad; por muchos siglos, la creencia se refugió en la fe, y recientemente aparecen nuevas fuentes de creencia colectiva: la ciencia y el internet. Lo que se lee en internet para un gran número de personas es considerado verdad. Mas resulta paradójico que, en esta época en que la ciencia y la tecnología han avanzado de manera vertiginosa, la creencia de la sociedad cada día está más lejana de la realidad.
Es necesario, cada quien en lo que le competa, obtener cursos de “media training”, para aprender a comunicar y sortear con diligencia las crisis mediáticas a las que se está expuesto, teniendo especial cuidado de no caer en la falta de una efectiva estrategia de comunicación y manejo de crisis que lleve aparejado un nivel de rechazo y desaprobación de la función o actividad que realiza. Esto es la gran deuda de la comunicación digital, donde lo negativo se impone siempre a lo positivo.
En este ambiente, recientemente se realizaron elecciones en nuestro país. Miles de salvadoreños eligieron a la persona que liderará el país durante los próximos cinco años. Si la mayoría votó bajo la emotividad del desencanto y el castigo, todo lo que sea distinto a lo actual tendrá una oportunidad de ganar, no por el proyecto mismo, sino por la gente que no ha creído más en la política tradicional y quiere romper con las prácticas del pasado.
La decisión no ha sido menor; se apostó por un cambio radical, alimentado principalmente por las redes sociales y la comunicación digital, cautivando al elector por las promesas de una transformación profunda en la manera de administrar la cosa pública.
Para bien de El Salvador habrá que confiar que se cumpla con lo ofrecido; o por el contrario, el tiempo dirá si se utilizó una estrategia de marketing electoral digital nutrida en el enojo y la frustración.
