Por la misma historia estadounidense, o por experiencia personal sabemos, hasta la saciedad, que los Estados Unidos de América es una nación de inmigrantes. Pero, también, es una nación de leyes que se cumplen de manera inquebrantable. Y allí, como en cualquier país civilizado, la inmigración ilegal, la permanencia más allá de lo permitido, o laborar sin el permiso correspondiente, es objeto de especial atención por el servicio migratorio. Nosotros mismos, hace pocas semanas, tuvimos una experiencia similar cuando el Director General de Migración y Extranjería, advirtió a varios equipos deportivos que debían solucionar ante su autoridad las condiciones en que permanecían, en territorio salvadoreño, varios jugadores futbolísticos originarios de otros países, contratados para participar en los distintos torneos programados para esta temporada. Aún más, les dio un tiempo perentorio para que arreglaran su estadía, so pena de expulsarlos hacia sus lugares de procedencia.
Por supuesto, a nadie escapa otra realidad estadounidense: por razones humanitarias, o porque el inmigrante demuestre que se trata de un ser humano que de haber continuado residiendo en su patria se exponía a ser asesinado, o por ser un auténtico perseguido político, la generosidad migratoria de la nación del Norte ha sido proverbial en tal sentido y así lo registra tanto la historia de años pasados, como de la época reciente, concediendo largos permisos de residencia o dando la oportunidad de iniciar trámites de nacionalización, que les permita convertirse en ciudadanos estadounidenses con todas las garantías legales que ello implica, sin olvidar también sus obligaciones jurídicas como el emplearse en una ocupación lícita y pagar cumplidamente sus impuestos locales, condales, estatales y federales. Incluso, aun tratándose de inmigrantes ilegales, pero que demuestran buena conducta, inclinación al trabajo honesto, cooperación desinteresada con grupos de desarrollo ciudadano u organizaciones benéficas, los Estados Unidos proporcionan los mecanismos adecuados para que ese inmigrante ilegal llegue a la realidad del sueño que lo impulsó a buscar mejores oportunidades de vida y nivel socioeconómico en aquella grande y hermosa nación. Y decimos lo anterior, porque hemos sido testigos oculares y auditivos de gentes que arriban a ese país y lo que menos hacen es trabajar honradamente, son conocidas por su adicción al licor barato o las drogas enloquecedoras, que se agrupan para dedicarse al narcotráfico, contrabando y otras actividades reprochables.
Volviendo al presidente Trump, debemos concederle siquiera por cien días, el beneficio de la duda y verlo actuar como mandatario. Ya no es el candidato que tildaron de “gruñón, irreverente, malcriado” y otras linduras que sobre su personalidad expresaron tanto en forma verbal como escrita. Jamás escuché decir que es el segundo o tercer ciudadano, después del prócer Jorge Washington, que asume la conducción principal de los Estados Unidos, sin ser un político como otros expresidentes. Guardemos un rato las críticas y manifestaciones violentas, que desmienten los buenos propósitos que dicen tener quienes rechazan al mandatario que comienza a caminar por la Casa Blanca.
