Se ha convertido en lugar común el tratar de medir el respaldo a los gobernantes mediante encuestas y ahora se hace en un contexto extraordinario y en condiciones precarias y sin poder utilizar técnicas, que en tiempos normales, permiten revalidar el valor de la encuesta, como, por ejemplo, los grupos de opinión.

Las encuestas tienen una serie de protocolos que les permiten calcular el margen de error den los resultados, por lo general, aceptan un margen de error de 2.5% más o menos, si, por ejemplo, la respuesta ante una pregunta es afirmativa en un 60%, esto quiere decir que puede ser 57.5% o 62.5% el número correcto; me refiero a las encuestas independientes y serias y no a las publicadas para favorecer intereses particulares ya sean políticos o comerciales. Sin embargo, hay un elemento, que muchas veces es crucial para medir las actitudes u opiniones de la población y que está FUERA DEL CONTROL DE LOS ENCUESTADORES, se trata de la situación del medio ambiente entre los encuestados; normalmente, este factor no altera sustancialmente la veracidad de los resultados, pero hay momentos en los que la sociedad se siente atacada por el miedo o constreñida por el comportamiento de los gobernantes y esto la inclina a dar respuestas que no responden a lo que realmente está pensando, sino a su temor de las consecuencias si se expresa abiertamente.

Este caso es muy frecuente, sobre todo en las dictaduras: en los países comunistas, por lo general lo que el Partido Comunista proponía recibía la aceptación de no menos del 85% de los votantes, no hay duda que el resultado respondía a la coacción generalizada e institucionalizada y la mejor prueba de ello es como se expresó la gran mayoría de los ciudadanos de esos países cuando se levantaron masivamente contra el gobierno y lo derrocaron.

Un ejemplo más cercano a nosotros es el caso de la primera elección democrática en Nicaragua, entre el sandinista Ortega y la candidata de la oposición, Violeta de Chamorro; las encuestas nacionales e internacionales colocaban a Daniel Ortega como ganador y por un amplio margen; pero, el sacerdote y sociólogo belga, Francisco Houtart que trabajaba para el gobierno sandinista, inició un proceso de encuestas que en vez de preguntar por quién votaría, hacia un cúmulo de preguntas dirigidas a descubrir la preferencia politica del entrevistado, el resultado de su trabajo fue Ortega perdería las elecciones. Cinco días ante de la votación se entrevistó con Ortega y se lo informó y la reacción de Ortega fue decirle que su estudio era un disparate y que estaba seguro que él ganaría. El día de la votación, los ciudadanos confirmaron que Houtart tenía razón, Violeta fue electa presidenta.

La situación actual de nuestra sociedad, tienen enorme similitud con la situación nicaragüense de aquella elección: estamos viviendo una pandemonio que amenaza nuestra salud, bajo una cuarentena que al prolongarse, añade el peligro del hambre, de perder el empleo y con un presidente que se esmera en introducir temor, con la presencia del ejército en las calles para impedir que la gente salga de su vivienda, algo que no se había visto en los últimos años y con un discurso negativo sobre lo grave de la situación.

Los y las encuestadas, difícilmente pueden evadir en sus respuestas el espectro del miedo y eso ineludiblemente afecta la veracidad de las encuestas, sobre todo si estas se hacen vía telefónica y sobre todo cuando las preguntas están elaboradas como si la población estuviera en un contexto normal y suelen terminar siendo instrumentos de propaganda del gobierno de turno; se requiere de un estudio muy cuidadoso de ellas, sobre todo cuando sus resultados contrastan con hechos como el crecimiento en las redes sociales de las críticas al gobierno y en hechos como el del 9 de Febrero, en el que el presidente convocó al pueblo frente a la Asamblea Legislativa y apenas pudo reunir un par de miles mientras que la inmensa mayoría optó por abstenerse a acompañarlo a lo que se añade el fracaso aparatoso de intento de hacer una concentración el siguiente fin de semana.