Como diplomático de carrera estoy siguiendo con gran interés el debate en curso sobre las supuestas injerencias en los asuntos internos de El Salvador por parte de algunos miembros del cuerpo diplomático.

Normalmente, señalamientos de este tipo salen a la luz cuando un diplomático hace observaciones públicas que no le agradan al Gobierno o a otros representantes de la clase política. A menudo, se trata de observaciones sobre cuestiones como la buena gobernanza, la democracia o los derechos humanos. Las reacciones de los funcionarios no sólo sorprenden al reproducirse en los diferentes medios de comunicación, sino que pareciera que se sospecha que algunos diplomáticos promueven sus propias agendas políticas en el país anfitrión.

Con respecto a la situación en El Salvador, me atrevería a decir que esas presunciones no tienen fundamento. ¿Por qué? Para comenzar hablando de la cuestión de agendas políticas del cuerpo diplomático: En el caso de mi país, de Alemania, es justo que tengamos una agenda política en El Salvador. Pero esta agenda no está orientada a promover posiciones encontradas entre los partidos políticos. Nuestra agenda política se basa en principios políticos fundamentales como el estado de derecho, la democracia, la promoción de los derechos humanos, el crecimiento económico para todos y el bienestar del país.

Nuestra agenda política no se basa en programas de los partidos o convicciones ideológicas y mucho menos es una “agenda oculta”. Esta agenda política no es el resultado de una decisión unilateral, no es una agenda solamente alemana, sino que se basa en un acuerdo de común entendimiento bilateral entre Alemania y El Salvador. Todo esto, tomando en cuenta que entre nosotros -así como entre El Salvador y la Unión Europea, o El Salvador y el resto de países amigos- existe una comunidad de valores compartidos respecto al estado de derecho, la democracia o la promoción de los derechos humanos.

Hemos acordado que nuestra cooperación debería servir para promover dichos valores. Por eso creo que como Embajador me es permitido compartir con el país si hay, de parte de mi gobierno, algunas preocupaciones respecto al rumbo de El Salvador. No se trata de dar lecciones con un índice levantado, sabemos que todos tenemos tareas que hacer al respecto.

Como el resto de diplomáticos hablo como amigo de El Salvador y -al hablar de amistad- estoy convencido que los buenos amigos no sólo deben apoyar las necesidades del otro, sino que también tienen el derecho y la obligación moral de avisar cuando algo podría evolucionar en una dirección preocupante – ya sea en El Salvador, ya sea en Alemania.

No tengo un mandato para hablar en nombre del cuerpo diplomático, pero creo que expreso el sentimiento de muchos de mis colegas: Nos sentimos amigos de este maravilloso país. No estamos interesados en la política de un partido de gobierno o de oposición. Estamos interesados en profundizar y ampliar nuestras relaciones bilaterales poniendo en práctica nuestra comunidad de valores. Entonces, las reflexiones de los diplomáticos en El Salvador no podrían –no deberían de- entenderse como “injerencia política”, sino como palabras abiertas entre amigos.