El disparate de los altos precios
Miércoles 09, Abril 2025 - 5:30 AM

El Estado debe crear un mecanismo legal y congruente con nuestra realidad para evitar los abusos de quienes solo buscan su bien individual o saciar sus ambiciones personales a costa de los demás.
Un día de estos fuimos con un amigo a almorzar al centro histórico capitalino y literalmente nos estafaron con los precios. La comida y el refresco no tenían nada de especial para ser tan caros. Hasta hace poco cualquiera almorzaba en la zona y pagaba precios módicos. Fuimos al lugar que consideramos más accesible por los precios, porque con la renovación del centro histórico han surgido restaurantes donde los platillos cuestan lo que el promedio de los salvadoreños no podemos pagar.
Tras almorzar con mi amigo concluimos que no somos turistas en tierra propia y que los dueños de los negocios abusivamente demasiado se han disparado con los precios porque asumen que todo mundo anda con dólares. A favor del lugar que visitamos está el hecho que en ningún momento nos obligaron a entrar, aunque como era servicio a la vista, tampoco conocíamos los precios hasta que nos cobraron. La Dirección de la Defensoría del Consumidor debe, al menos, obligar a este tipo de negocios a mostrar a los clientes los precios.
Los cambios en el centro histórico han dejado a los no turistas y a los turistas mismos sin opciones. No hay alternativas y obligadamente hay que acudir a un lugar suntuoso (dispuesto a gastar sin sentirse estafado) o a un restaurante "económico” donde el refresco cuesta casi tres dólares y una empanada más de un dólar.
Es obvio que los comercios o negocios autorizados en las cuadras del Centro Histórico se están aprovechando de la plusvalía, la fuerza turística de la zona y de la falta de competencia popular, pero no son los únicos. Los supermercados y algunas "tiendas de la esquina” también han sabido sacarle provecho a la coyuntura. Hace algunos años la señora de una tienda cercana a la universidad donde imparto clases me decía que a los productos les aumentaba entre cinco y veinticinco centavos de dólar porque tenía que sacar el dinero que les daba a los pandilleros que la extorsionaban. Los mareros que la extorsionaban están presos desde hace más de dos años, pero ella mantiene los precios y a algunos productos hasta les ha incrementado el valor, porque según ella sus clientes ya se acostumbraron.
En los supermercados casi todo es más caro. Las frutas y verduras presentan precios exponenciales, el doble o el triple del valor en los mercados municipales. Una pasta de diente que en un mercado cuesta un dólar, en un supermercado cuesta $1.30, pero eso sí, cuando la ponen en oferta llega a valer hasta $1.15 (¡jajaja!). No hay control estatal en los precios y en lo personal creo que, sin que haya "intervencionismo”, el Ministerio de Economía y la Defensoría del Consumidor deben regular los precios, parecido a lo que se hace con los combustibles.
El Estado debe crear un mecanismo legal y congruente con nuestra realidad para evitar los abusos de quienes solo buscan su bien individual o saciar sus ambiciones personales a costa de los demás. Obviamente hay lugares y productos suntuosos, pero igual nadie obliga a nadie a ir por un café a un hotel o una zona exclusiva, no obstante ni siquiera en estos lugares se debe permitir los abusos. Hace meses atendí a unos amigos extranjeros en un hotel y a uno de ellos se le ocurrió pedir una bebida gaseosa por la que pagó $10.00.
El abuso de los precios se ha generalizado. En Semana Santa del año pasado el agua de un coco costaba regularmente $3.00 cuando en época normal valía $1.00 pese a que los comerciantes compran a $30.00 o $35.00 el ciento de cocos. En un hotel de playa el agua de coco servida en vaso valía $5.00.
Las pupusas es otro ejemplo. Subió el precio de la harina y las pupuserías aprovecharon para incrementar los precios sin elevar la calidad del producto. Se normalizó el precio de la harina, pero las pupusas mantuvieron el alza a tal punto que muchos comensales se sienten timados por los precios desorbitantes, especialmente en lugares emblemáticos, como el pupusódromo de Olocuilta.
Los salvadoreños no tenemos cultura del ahorro y a veces somos dados a las apariencias. Por una marca compramos un producto caro y dejamos de comprar similar producto que vale la mitad o menos y es de mejor calidad. Esto último nos suele pasar con la vestimenta.
En fin, como buenos salvadoreños y personas inteligentes no permitamos que nos estafen con los precios altos. Exijamos una regulación y hagamos como hemos decidido con mi chero: No volver a visitar ese restaurante donde se han disparado con los precios. Comerciantes no abusen.
• Jaime Ulises Marinero/Periodista