Ya conocemos la historia: la niña de solo nueve años es plagiada del rancho de playa donde dormía junto a toda su familia -un alto oficial de la Fuerza Armada y un alto oficial de la PNC incluidos- y asesinada. Su cuerpo apareció yaciente en la playa cercana.
Desde entonces hubo varios juicios e intentos de reabrir el caso. La capacidad investigadora de las instituciones involucradas mostró toda su deficiencia y negligencia y el sistema de justicia poco o nada pudo hacer para esclarecer definitivamente un hecho que sigue conmoviendo a toda la sociedad salvadoreña.
Desgraciadamente, esas mismas instituciones siguen teniendo profundas deficiencias investigativas y en muchos casos ni siquiera llegan a presentar casos en los tribunales o cuando terminan en los tribunales son absueltos precisamente por la misma razón.
El Estado salvadoreño en su conjunto es incapaz de ver a la cara, de ver a los ojos a doña Hilda Jiménez, la madre de Katia. Doña Hilda y su hija sobreviviente, la hermanita menor de Katia, tuvieron que irse a vivir al exterior para poder intentar tener una vida, sin amenazas ni acosos.
Gobiernos pasaron, jueces pasaron, fiscales pasaron y el caso de Katia Miranda seguirá siendo una afrenta al Estado salvadoreño. El país entero tiene una deuda impagable de justicia que no se debe olvidar. Lo menos que podemos hacer es recordarla, rendir homenaje a su memoria y demandar que no haya más Katias en nuestra dolorosa historia de injusticias e impunidad.
