La guerra siempre me da tristeza, desesperanza, decepción del mundo y me lleva a aquel niño de nueve años que le arrancaron su inocencia entre bombardeos porque mi generación es la de las que sufrió la guerra y sus consecuencias. Me hace sentir asco la guerra.

Las imágenes que llegan de Ucrania son horrorosas. El espectáculo del odio, del pretexto, de la mentira de un tirano como Vladimir Putin que pasa semanas tratando de engañar al mundo sobre sus intenciones para luego confirmar todos los temores.

Los tanques rusos, los aviones de combate, los misiles, todos lanzados sobre la población civil ucraniana que busca huir desesperadamente a los países vecinos en trenes vehículos, en lo que encuentre. Las miradas de desesperación de la gente en las estaciones subterráneas del metro de Kiev son dolorosas. Hasta los perritos tienen cara de angustia.

Nunca aceptaré la guerra, no hay justificación para la barbarie y la matanza de inocentes. Lo triste es cómo la "comunidad internacional" no pasa de condenas y declaraciones líricas de solidaridad mientras ven a un país ser partido en pedazos por el vecino agresor que es más poderoso, descarado y vulgar.

La comunidad internacional es decepcionante con Ucrania como lo ha sido también con Venezuela o Nicaragua, como lo ha sido con naciones bajo tiranías en todo el planeta, condenas y más condenas sin mover un dedo porque afecta sus intereses económicos. Mientras tanto, los pobres ucranianos ven desesperados cómo los dejaron solos -como bien dijo su presidente Volodimir Zelenski- y el oso ruso se los come vivos en vivo y en directo.

Y en este mundo tan cruel, ya vendrá otra crisis y nos olvidaremos de la tragedia de los ucranianos. Putin cuenta con eso y sabe que "la comunidad internacional' seguirá redactando docenas de comunicados de condena y no pasará nada.