- "¿A cómo las cebollas? ¿A cómo los tomates? ¿A cómo los guineos?". Disparé en ráfaga esas tres preguntas a la señora que vendía verduras en un camioncito en una calle capitalina en los últimos días de diciembre. Y su respuesta vino también en ráfaga.

- "Las cebollas a dos por el dólar, le doy cuatro tomates por el dólar y los guineos los ando a cuatro por el dólar", me respondió con tranquilidad.

- "Está caro todo", le repliqué.

- "Sí, así nos viene la verdura y la fruta", explicó otra vez con una tranquilidad inquietante.

Y cómo dicen en el campo: "A más no haber...", tuve que pagar esos precios al igual que miles de personas más por estos días.

Es el precio que tenemos que pagar por haber abandonado la agricultura. Desde los aciagos años 80 cuando entre la guerra civil y la reforma agraria -más populismo y resentimiento social que interés por el agro- acabaron con el interés por la agricultura y la producción agropecuaria, El Salvador tiene que importar más del 80 por ciento de los alimentos que consume y eso tiene sus consecuencias hasta en el camioncito de la verdura.

Nadie parece estar interesado en el agro, en sembrar, en cultivar. No por el riesgo ni por el costo de los insumos, sino porque simplemente el mercado se acomodó a las importaciones de frutas, verduras, granos básicos, carne y lácteos desde Guatemala, Honduras, Belice y Nicaragua. A eso sumemos las remesas que acomodaron a muchos en el campo.

Al tema del precio hay que agregarle cómo la inestabilidad de nuestros vecinos también tiene su costo. Lo vimos durante las protestas de octubre en Guatemala cuando los manifestantes bloqueaban las carreteras y con ello, la llegada de frutas y verduras. Entonces el precio subió y todavía no se recupera a niveles previos, pese a que ya todo está normal en el país vecino.

Lo hemos visto también en Honduras y Nicaragua cuando tienen sus respectivas crisis. Nos hemos quedado sin abastecimiento de frijoles o de quesos y carnes.

Pero todas esas frutas, verduras y granos podrían sembrarse aquí y cultivarse aquí con un buen programa de gobierno y el apoyo de la comunidad internacional, con incentivos que nos reduzcan la dependencia del exterior. Se puede. Lo ha demostrado la familia Monterrosa que desde San Rafael Obrajuelo, en La Paz, cada semana exporta 5,000 libras de loroco fresco hacia Estados Unidos.

Hay que apostarle al agro, yo no soy un experto en el tema pero estoy seguro que hay en el país suficiente gente especializada para diseñar un plan que nos mejore esta situación porque seguir pagando un dólar por dos cebollas o un dólar por cuatro tomates es simplemente demasiado.