Cuando a Marta Pérez de Cruz, de 28 años, le ofrecieron las primeras semillas para sembrar en su vivienda hace dos años no le pareció tan descabellada la idea. Berenjenas, mora, pipianes, tomates, ejote y otros vegetales de uso diario en su dieta forman parte de su pequeño huerto en el caserio El Quebracho, Jujutla, Ahuachapán.

Pero no se trata de cualquier semilla. La salvadoreña, al igual que más de 70 mujeres en comunidades aledañas, utiliza granos orgánicos y climatizados para resistir a las vacaciones extremas del clima.

El proyecto es ejecutado desde hace cinco años por la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES) con cooperación de las iglesias católica y luterana. Participan mujeres procedentes de las comunidades de Santa Marta, El Indio, El Roble, San José Naranjo y Jujutla, ubicadas sobre la carretera que conecta el municipio de Acajutla con la frontera La Hachadura.

“Por donde quiera están las mujeres y hacen los huertos”, aseguró Reina Bardales, lideresa de la Asociación de Mujeres Jujutlecas. “El objetivo es no centrarse en una sola comunidad porque entonces empoderamos a una sola” y la idea es “tratar de avanzar con la agroecología para que la gente vaya viviendo de que sí se puede trabajar”.

Las mujeres aseguran que ya no dependen de los vendedores pues cultivan la mayoría de vegetales que consumen. / F.V.
Las mujeres aseguran que ya no dependen de los vendedores pues cultivan la mayoría de vegetales que consumen. / F.V.



Pérez de Cruz llegó al proyecto por impulso de su cuñada, quien escuchó que buscaban cinco mujeres para comenzar a crear un huerto colectivo. “Luego nos animamos a querer hacer más y la agrónoma dijo que sí podíamos, aunque sea en guacales”.

En un inicio, recuerda la salvadoreña, su esposo le compró la tela para crear el huerto para proteger las plantas de las gallinas y otros animales. Después, del proyecto le donaron 25 yardas y logró crecer el huerto. Actualmente, en un pequeño espacio de su vivienda cultiva loroco, berenjenas, mora, pipianes, tomate, cebollín, romero, pepino, ejote y frutas.

“Hace seis meses sembré tomate y logré cortar mis 80. Ese dólar que va a gastar en el vendedor se puede invertir en otra cosa y sabe que uno está comiendo sano”, dice la mujer.

Alicia Escobar muestra el banco de semillas que crean junto a las mujeres de la comunidad. / F.V.
Alicia Escobar muestra el banco de semillas que crean junto a las mujeres de la comunidad. / F.V.

Banco de granos.

En Jujutla participan cinco mujeres, que velan por mantener un huerto colectivo y la creación de un banco de semillas climatizadas a las temperaturas de la zona y más resistentes al cambio climático.

“Siempre vamos sacando las mejores para volver a sembrar”, explica Alicia Escobar.

El huerto colectivo se riega gracias a una bomba que instalaron para movilizar agua desde un río que pasa cerca de las viviendas, ya que la zona sufre de estrés hídrico y tampoco tiene conexión de ANDA. Para el mantenimiento de los viveros familiares, en cambio, las mujeres deben acarrear agua, labores que algunas veces hacen sus parejas.

Las primeras semillas para el huerto las entregó la agrónoma asignada al proyecto, pero ahora las mujeres deben guardar las que sacan de cada cosecha para mantener la producción. “Todo es natural: nosotros sembramos y hacemos los abonos y foliares para las plantas”, añade Escobar.

Las mujeres usan botellas de plástico llenas de agua como barrera al calor y que la planta no entre en estrés./F.V.
Las mujeres usan botellas de plástico llenas de agua como barrera al calor y que la planta no entre en estrés./F.V.



El trabajo es gratificante para las mujeres que ven beneficios económicos y de salud en el consumo de vegetales cultivados por sus propias manos. “Todo está sano”, insiste.

Las mujeres también implementan “innovaciones”, cuenta con entusiasmo Reina Cruz, señalando una barrera de botellas de plástico llenas de agua. “Nos compartieron que se ponen para que la tierra no se lave y, lo otro, para que los rayos solares no caigan en las plantas”, funcionan como una especie de protección, contó con entusiasmo la mujer.

El único problema para esta salvadoreña son los garrobos y chacuatetes que se cuelan en el vivero. “Imagínese cuánta cosa verde hay y le gusta la hortaliza”, señala en el momento exacto en el que se escucha el ruido de un animal entre la mata de pipianes. Cruz sonríe.