Argentina logró el viernes, contra pronóstico, un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Fue una negociación al borde del precipicio, con la cesación de pagos acechando una vez más al país sudamericano en lo que parecía ser un reciclaje de sus problemas de hace unos años.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, dijo que “las negociaciones (con el FMI) realmente fueron durísimas. Hubo un trabajo político y técnico muy fuerte”. Y es que no es fácil para un país alcanzar un acuerdo de este tipo sobre todo cuando trae consigo una historia de déficits, irresponsabilidad fiscal y un lastre de deuda, corralitos financieros y todo aquello que recordamos de Argentina y donde ningún gobernante sensato quisiera llevar a su país.
El FMI refinanciará durante los próximos dos años y medio los vencimientos de capital e intereses por 44,000 millones de dólares que Mauricio. Argentina obtendrá el dinero de las cuotas por una ventanilla del multilateral y lo depositará en otra. A cambio, se compromete a reducir el déficit fiscal al 0.9 % del PIB en 2024, una meta que deberá cumplir para que no se interrumpan los desembolsos.
Eso le permitirá acceder a nuevos financiamientos. El nuevo programa tendrá diez revisiones y una duración de dos años y medio en cuanto a las políticas económicas. Los vencimientos comenzarán cuatro años después del primer desembolso y terminarán 10 años más tarde. Argentina siempre será un caso aleccionador en materia económica y fiscal sobre lo que no se debe hacer para derrumbar las finanzas públicas de un país, pero en este caso es un buen ejemplo para encontrar el camino para una negociación que permita enderezar el camino en situaciones tan complejas, como la que también vive El Salvador.
