Hoy celebramos el Día del Maestro salvadoreño, una profesión fundamental para la edificación de una sociedad en valores y conocimientos. Por eso los buenos maestros merecen todo el reconocimiento de una sociedad que deposita en ellos la formación académica y moral de sus hijos. La admiración y el respeto a un maestro es algo que queda grabado en sus estudiantes para siempre.

Por eso hay que reconocer su valor, su trabajo, sus desvelos, sus atenciones. Son a esos maestros que sus alumnos admiran y respetan y es un sentimiento que dura toda la vida. Los buenos maestros son seres abnegados, ejemplares, que sacrifican hasta su vida familiar por sus alumnos, se desvelan planificando sus clases, corrigiendo exámenes.

Un buen maestro puede crear esperanza, encender la imaginación e inspirar amor por el aprendizaje, por su educación, por su futuro.

La educación es la llave del éxito en la vida y los maestros tiene un impacto duradero en la vida de sus estudiantes. Por eso vemos a menudo a profesionales destacados agradeciendo la huella que sus maestros dejaron en sus vidas. Bien decía el gran escritor francés, Víctor Hugo, que “el porvenir está en las manos del maestro de escuela”.

Su dedicación y preocupación por sus estudiantes es permanente y a menudo tienen que soportar hasta los desplantes de niños y adolescentes y en estos duros tiempos de violencia, el acoso y las amenazas de las pandillas. Muchos maestros hasta han dejado sus vidas por proteger a sus estudiantes o por cumplir su deber en el aula. En este día vaya un homenaje nacional a estos hombres y mujeres que se dedican a la formación de nuestros niños y jóvenes.