La tragedia de Las Colinas es un doloroso episodio en la memoria colectiva de El Salvador. El terremoto del 13 de enero de 2001 afectó a todo el país pero esta colonia de Santa Tecla puso el mayor número de víctimas entonces cuando un deslizamiento sepultó a cientos de personas bajo toneladas de tierra.



El Salvador tiene enormes riesgos sísmicos, geológicos y climáticos son inevitables en un país como El Salvador pero en el caso de Las Colinas, la pérdida de vidas humanas fue atribuida no solo a la fuerza de la naturaleza, sino también a la negligencia en la planificación urbana y al hecho de haber permitido asentamientos en áreas inestables.

Dos décadas después, ¿qué hemos aprendido realmente? Aunque el país ha avanzado en ciertos aspectos de gestión de riesgos, muchas de las condiciones que facilitaron esta tragedia persisten: asentamientos en zonas de alto riesgo, falta de una planificación territorial sostenible y la inacción frente al crecimiento desordenado de las ciudades.



Los damnificados de Las Colinas aún luchan por preservar la memoria de sus seres queridos y por exigir que tragedias como esta no vuelvan a repetirse. El impacto de estos eventos no solo se mide en vidas perdidas, sino en el daño emocional y social que permanece por generaciones. Las heridas físicas pueden cicatrizar, pero las comunidades que enfrentaron la tragedia siguen llevando consigo el trauma, la incertidumbre y la frustración de vivir en un país que parece condenado a repetir sus errores.

Honrar la memoria de las víctimas de Las Colinas significa más que conmemorar la tragedia cada año. Significa aprender de los errores del pasado y trabajar incansablemente para construir un país donde el dolor de las tragedias no sea una constante. A 24 años después, el recuerdo de Las Colinas debe ser un llamado urgente a la acción, para que ninguna comunidad salvadoreña vuelva a enfrentar un desastre evitable.