Las imágenes de la frontera sur de Estados Unidos parecen casi apocalípticas. Cientos de migrantes irregulares -la mayoría proveniente de Centro y Sudamérica- intentaban entrar horas en la víspera del fin del título 42, que imponía restricciones sanitarias y la expulsión inmediata de migrantes.

El propio presidente estadounidense, Joe Biden, ha admitido que la situación en la frontera “Va a ser caótica por un tiempo”, mientras su secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas sostiene que “El fin del Título 42 no significa una frontera abierta, sino todo lo contrario”.

Lo cierto es que la frontera y los poblados fronterizos están inundados de personas que buscan ingresar por Estados Unidos y ahí hay de todo. Desde personas que huyen de regimenes oprobiosos como los de Nicaragua y Venezuela, otros que huyen de la inseguridad y violencia en sus países, y muchos más migrantes económicos.

En el ambiente electoral estadounidense, los migrantes son caballitos de batalla para que demócratas y republicanos se culpen mutuamente de la situación y saquen provecho político al respecto. Pero además, hay una realidad, Estados Unidos no puede acoger a todo el que llega irregularmente. Es una situación difícil, compleja y que está lejos de solucionarse porque en tiempos electorales nadie quiere cargar con las consecuencias de una solución.

Mientras tanto, hombres, mujeres, niños, familias enteras, buscan en Estados Unidos salir de la pesadilla -política o económica- en sus países y hallar aquel afamado sueño americano que cada vez se enreda más en la maraña política estadounidense.