El asesinato de Monseñor Romero, una voz inclaudicable en la denuncia contra las injusticias y los abusos de los protagonistas de aquellos años, siempre defendiendo la vida humana, a los más desfavorecidos, fue un duro golpe en la conciencia de los salvadoreños. Nunca más ha surgido un liderazgo así ni entre la propia Iglesia Católica, bastante tímida en estos tiempos.
El martirio de Romero es un hecho histórico aleccionador que jamás debe olvidarse. El país jamás debe volver a los errores de la época de Romero, sino pensar en un futuro en paz, democracia, libertades y estado de Derecho para construir una nación en desarrollo y progreso.
En momentos en los que los grupos políticos que protagonizaron ese pasado han sido derrotados electoralmente, la historia nos demuestra que la confrontación, la intolerancia, el abuso que llevó a la guerra civil de los años 80, nunca debe volver. Es un pasado que debe servir como una gran lección de historia. Fue una guerra fratricida que aún estamos pagando no solo en el ámbito económico, sino también en la separación de familias y sus enormes consecuencias en la sociedad.
Aquella locura de matar a otro por las ideas opuestas, jamás debe volver a repetirse en El Salvador. Nuestro país debe pensar en un futuro en armonía y tolerancia, donde se respeten las ideas y los derechos de todos, sin distinción. Donde los cuerpos de seguridad sean defensores del pueblo y no sus verdugos.