El presidente brasileño Lula da Silva se convirtió esta semana en un arduo defensor de la dictadura venezolana de Nicolás Maduro y no solo se negó a condenar los abusos de ese régimen que ha llevado a millones de venezolanos a exiliarse, sino que aseguró que no era cierto sino que todo era “una narrativa”

El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, lo criticó y acusó a Lula de querer tapar el solo con un dedo: “Si hay tantos grupos en el mundo que están tratando de mediar para que la democracia sea plena en Venezuela, para que se respeten los derechos humanos, que no haya presos políticos, lo peor que podemos hacer es tapar el sol con un dedo”, le dijo Lacalle.

Lula tampoco ha condenado los abusos de Daniel Ortega en Nicaragua y ha jugado a la avestruz en ese caso, enterrando la cabeza para hacerse el desentendido, mientras la inmensa mayoría de la comunidad internacional condena al régimen de Managua.

Lula se ha convertido pues en el padrino de los sátrapas del continente y toda aquella máscara de socialista democrático que promulgó en el pasado se ha acabado. Quizás los escándalos de corrupción en los que se vio involucrado lo han radicalizado y busca ahora el apoyo de los únicos que pueden respaldarlo, sus compañeros de ideología: Nicolás Maduro, Daniel Ortega y el régimen cubano.

Brasil ha dejado de ser un referente democrático o de defensa de los derechos humanos mientras Lula siga apañando y defendiendo dictaduras que acaban con las libertades y derechos de sus pueblos, regimenes que encarcelan candidatos presidenciales, líderes opositores, empresarios, periodistas y hasta sacerdotes. Lula está en el peor lado de la historia.