La violencia es inaceptable en cualquier escenario de la civilización humana pero es aún más intolerable en el deporte, una actividad de sano esparcimiento que debería ser punto de encuentro para las familias.

Lamentablemente el domingo, el árbitro José Arnoldo Amaya, de 63 años, fue agredido a golpes por Juan Manuel Cruz Lorenzana, mientras impartía las reglas deportivas en la colonia Miramonte de San Salvador, algo que había hecho por décadas.

Alonso ya había amonestado en primera instancia al jugador, pero cerca de concluir el encuentro deportivo le mostró la segunda cartulina amarilla, lo que provocó que el jugador lo comenzara a golpear en reiteradas ocasiones. La paliza de un jugador le provocó lesiones contundentes que obligaron a trasladarlo al Hospital Zacamil donde falleció.

Las autoridades de Seguridad Pública capturaron oportunamente a Cruz, señalado de golpear a la víctima y lesionarlo hasta causarle la muerte. Un hecho de intolerancia social que no puede admitirse y que debe castigarse con todo el rigor de la ley.

Los salvadoreños aspiramos a una sociedad en paz, sin violencia, sin el temor de pandillas criminales pero también sin sujetos violentos e iracundos capaces de cometer un crimen de esta magnitud contra un hombre pacífico que solo buscaba hacer cumplir las normas de un deporte.

Este crimen debe llamar a una profunda reflexión sobre la violencia en el deporte, entre las barras bravas, el respeto hacia los adversarios, los árbitros, los bienes de los equipos contrarios. El deporte debe de ser un punto de sano encuentro social y este tipo de situaciones no puede permitirse bajo ninguna justificación.