Durante los últimos cinco años, Nicaragua ha vivido una pesadilla bajo una ola de demencial represión política de la dictadura Ortega-Murillo que ha convertido al vecino país en una especie de Corea del Norte tropical.

Tras las protestas cívicas antigubernamentales del 2018, que demandaban democracia, derechos humanos y libertades públicas, la dictadura nicaragüense aplastó toda la disidencia con sangre y fuego, asesinando a más de 300 personas y encarcelando a miles de disidentes y críticos, cerrando todos los medios de comunicación independientes y prohibieron todos los partidos políticos opositores.

El extremo llegó cuando la pantomima de elecciones presidenciales en las que Ortega se autoproclamó nuevamente presidente, encarceló a todos los precandidatos opositores para evitar cualquier resquicio de competencia electoral.

Luego vino la feroz persecución contra la Iglesia Católica que ha llevado al encarcelamiento de un obispo, Rolando Álvarez, condenado por denunciar en sus homilías las injusticias de la dictadura, luego obligando al exilio a otro obispo y a docenas de sacerdotes, religiosos y religiosas.

Pero no ha bastado con eso. El nivel de insanidad mental de la dictadura nicaragüense ha llegado a tales extremos que ahora ha declarado “terroristas” a los organizadores del certamen de Miss Nicaragua, tras la elección de su representante como Miss Universo en el reciente evento celebrado en San Salvador. Lo que hay que reconocer es que esa dictadura sobrepasada cualquier imaginación o análisis político serio con su insanidad mental.