Un tipo le lanza su vehículo a una gestora de tráfico del Viceministerio de Transporte (VMT) en pleno bulevar del Ejército. Un motorista de una empresa de helados se baja del automóvil que conduce para pegarle a un hombre que conduce otro vehículo en una clara disputa de vía. Y luego un motorista de autobús golpea a otra persona en plena vía. Unos días después, un motociclista golpea a un anciano en la vía pública.

Esos cuatro casos de violencia social han estado en las páginas de los diarios, en las pantallas de televisión y celulares, porque han sido documentadas y comentadas ampliamente en redes sociales y medios de comunicación.

Tristemente no son casos únicos. Estos son los casos que conocemos porque se han expuesto públicamente y generan el repudio ciudadano. Y no son casos exclusivos del busero o del cobrador, como se suele estigmatizar, sucede en diversos estratos sociales y profesiones.

La intolerancia es pésima consejera para la armonía social y se suele manifestar con mayor descaro en la vía pública, por disputas en el tráfico generalmente. La gente está estresada por los embotellamientos y se desquita con el que le disputa pasar por un lugar determinado.

Pero también sucede en los vecindarios: el vecino que mata al otro porque no limpia las heces de su perro. Por increíble que parezca, suceden esos casos en nuestros vecindarios.

La violencia social solo puede disminuirse poniendo control sobre nuestras propias conductas. No hay disputa de tráfico, de vecinos o de fiesta que merezca un acto de violencia y mucho menos un crimen. Es una reflexión que hay que hacer como sociedad y no verse retratado en el próximo incidente.