Dos candidatos se encuentran en un centro de votación, se saludan fraternalmente y se desean suerte. Los niños pequeños de uno de ellos abrazan afectuosos al rival de su padre. La escena ocurrió el domingo en una escuela de San José, Costa Rica, mientras se celebraba la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Costa Rica es la democracia más sólida de Centroamérica -lo ha sido por más de 70 años- y cada elección es una lección de civismo y convivencia armónica en las diferencias. Los resultados electorales estaban listos a las nueve de la noche y nadie se proclamó ganador antes de que el Tribunal Supremo Electoral lo hiciera. Tampoco hubo impugnaciones, acusaciones en las mesas, turbas agresivas amenazando adversarios ni pandillas quitando Duis a votantes. Fue una fiesta cívica y los costarricenses salieron victoriosos de ella.
Hay varios hechos relevantes del resultado. El primero es la derrota estrepitosa del oficialista Partido de Acción Ciudadana (PAC) que después de dos periodos consecutivos no solo ha perdido la presidencia sino que no ha ganado un solo diputado. Un castigo silencioso y contundente de la ciudadanía al gobierno saliente de Carlos Alvarado.
Luego la segunda vuelta será entre un expresidente cuestionado por corrupción durante su periodo anterior y un exministro que fue sancionado por acoso sexual cuando laboraba en un organismo internacional. Problemas claro que hay, Costa Rica no es el paraíso, y su situación fiscal es compleja, pero su democracia, su civismo, su tolerancia siguen siendo un gran ejemplo para una Centroamérica cada vez más enfrentada y complicada por extremos políticos que parecen eternizarse.
