Cuando aquel hombre de larga barba pelirroja llegó a tierras centroamericanas era ya una verdadera leyenda viviente, que solía vestir una curiosa chaqueta de color rojo y usaba en la cabeza un bonete de cortas y enroscadas alas del mismo color cardenalicio.

A sus 44 años, Giuseppe Garibaldi (Niza, Saboya, 04.julio.1807-Caprera, Italia, 02.junio.1882) era un viudo autodidacta y políglota que, en sus años de juventud, había trabajado como marinero en barcos mercantes en la zona del Mediterráneo y hasta había alcanzado el grado de capitán de segunda clase.

En 1833 se unió a la Joven Italia, el movimiento organizado por el revolucionario Giuseppe Mazzini (1805-1872) y cuyo objetivo era alcanzar la libertad y unificación del pueblo italiano dentro de una república autónoma.

Garibaldi fue condenado a muerte en 1834, pero consiguió huir a Sudamérica, donde permaneció doce años. Tomó parte en la rebelión del estado de Río Grande do Sul contra Brasil y más tarde participó en la guerra de Uruguay contra el caudillo Juan Manuel Rosas. En ambos eventos bélicos demostró sus excepcionales dotes como jefe militar.

Negocio de Miguel Mazzini, en la calle Gerardo Barrios de la ciudad de San Miguel. Grabado metálico realizado por la casa editorial Hachette, París, 1890.  / DEM
Negocio de Miguel Mazzini, en la calle Gerardo Barrios de la ciudad de San Miguel. Grabado metálico realizado por la casa editorial Hachette, París, 1890. / DEM



En 1848 comenzó a extenderse por “la península de la bota” la corriente revolucionaria que recorría Europa. Fue así como Garibaldi se unió al Risorgimento, movimiento en favor de la liberación y unificación de Italia. Organizó un regimiento de unos tres mil voluntarios que luchó al servicio del gobernante piamontés Carlos Alberto, rey de Cerdeña, y fue derrotado por las tropas austriacas de Lombardía.

En 1849 se dirigió con su pequeño ejército a Roma para apoyar a la República proclamada por Mazzini y otros revolucionarios. Garibaldi consiguió defender la ciudad de los ataques de los franceses, superiores en número, durante treinta días, pero después se vio obligado a negociar un acuerdo con ellos.

Se le permitió abandonar Roma con sus seguidores, pero la línea de retirada atravesaba el territorio controlado por los austríacos, que asesinaron, capturaron o dispersaron a la mayor parte de sus tropas. Garibaldi se vio en la necesidad de huir de su patria, dado el peligro que se abatía sobre su vida.

Luego de permanecer un tiempo en Inglaterra, viajó a Estados Unidos y se instaló en las localidades neoyorquinas de Hastings Village, Irving Place y Staten Island, donde trabajó como fabricante de velas y obtuvo la nacionalidad estadounidense.

Grabado metálico estadounidense del puerto de La Unión, realizado en la década de 1850. / DEM
Grabado metálico estadounidense del puerto de La Unión, realizado en la década de 1850. / DEM



Allí lo encontró su amigo Francesco Carpaneto, quien deseaba establecer una ruta mercante entre América Latina y su natal Génova, haciendo uso de una nave que estaba dispuesto a comprar en el puerto de San Francisco, donde eran mejores los precios de esos veleros para largas travesías, según lo anota el investigador nicaragüense Dr. Jorge Eduardo Arellano en su breve pero fundamental libro Giuseppe Garibaldi. Héroe de dos mundos en Nicaragua (Managua, junio de 1999, 102 páginas).

En espera de que Carmen, el navío comprado en la costa oeste de Estados Unidos, llegara hasta el importante puerto peruano de El Callao, Carpaneto tuvo que marcharse a Nicaragua por asuntos de negocios, periplo a bordo del barco estadounidense Prometheus en el que lo acompañó Garibaldi, seguramente escudado en su modesto alias de capitán José Ansaldo- “per scansare curiose e molestie polizeschi”, es decir, para descansar de la curiosidad popular y del acoso policial, como bien lo dejó señalado en sus Memorias (1872-1887).

Los días centroamericanos de Garibaldi no tuvieron un carácter político ni militar, sino que tan solo fueron parte de una “speculazione in grande per l’America Centrale”, que duró desde las cuatro de la tarde del miércoles 14 de mayo hasta el 2 de septiembre de 1851.

Del puerto de San Juan del Norte pasó a la ciudad lacustre de Granada, donde permaneció 18 días entre la comunidad italiana. Luego, el 13 de junio, emprendió viaje terrestre y marítimo –junto con Carpaneto, como el mismo Garibaldi dejó anotado en su escueto Giornale o Diario- hacia la ciudad de San Miguel, en la zona oriental de El Salvador, por lo que atravesaron Masaya, Managua, León, El Realejo, Chinandega, el Golfo de Fonseca, la isla del Tigre y el puerto de La Unión.



A esta última localidad quizá llegaron a bordo de alguna piragua, lancha o bongo, porque no quedó registrada su entrada en los informes de J. E. Peralta y José Cáceres, comandantes portuarios que reportaban toda entrada y salida de goletas, bergantines, barcas y pailebotes de Panamá, California, Nueva Granada, Costa Rica y Nicaragua.

Junto con la ciudad occidental de Sonsonate, San Miguel de la Frontera era una pujante zona comercial de proyección internacional, que estaba bajo el gobierno departamental del jurisconsulto Francisco Gavidia (¿?-junio de 1889), originario de San Vicente de Austria y Lorenzana y quien era un veterano soldado que había combatido bajo las órdenes de Morazán y de Indalecio Cordero. Casado con María Eloísa Guandique Melara (Usulután, ¿?-1871) en Usulután, el 11 de agosto de 1846, procrearían tres hijos y una hija: Enrique (nacido en 1853), José Antonio (muerto el 29 de junio de 1884 por un disparo involuntario), Francisco Antonio (1863-1955, conocido como el Maestro Gavidia) y Genoveva.

Debido a las pestes, a las plagas, a la falta de brazos a causa de las guerras y ante el empuje de la fiebre de oro californiana, las manufacturas y los productos agrícolas y animales salvadoreños tenían entonces una amplia demanda en el comercio internacional. Muchos de ellos podían comercializarse a precios muy altos en el puerto de Panamá, por entonces aún parte de la Nueva Granada (hoy Colombia), como lo evidencia el siguiente cuadro comparativo:

Panamá era entonces un “puerto franco”, cuyos derechos de desembarco y visita de sanidad estaban reducidos a solo diez pesos (el colón como unidad monetaria nacional data de octubre de 1892) y no había necesidad de pedir manifiesto portuario, esperar permiso alguno para cargar o descargar mercancías y no existía obligación de consignar la carga hacia alguien o alguna casa comercial, sino que la persona interesada podía vender por sí solo sus productos y cobrar sus ganancias.

Garibaldi en sus años de vejez, tras la unificación de diversos reinos y ducados para establecer a Italia.  / DEM
Garibaldi en sus años de vejez, tras la unificación de diversos reinos y ducados para establecer a Italia. / DEM



Además, en dichos puertos, al igual que en California y en el resto de Suramérica, también había demanda de otros productos nacionales por libras, quintales, botellas o galones, entre los que se encontraban azúcar, chancaca, tabaco en rama y labrado, mechas de papelillo, petates finos para sala y para catres, ron salvadoreño, rebozos y otros efectos de algodón, camotes, papas, bálsamo, miel, pitas y lazos, ácido de limón –ideal para tratar el mal del escorbuto-, eslabones de acero, puñales, frenos para caballos, espuelas, herrajes, apagadores de plata, joyería de oro y muchas más cosas manufacturadas, que eran requeridas en grandes cantidades por distintas casas y firmas comerciales.

Según lo anotara el propio Garibaldi, su experiencia comercial era casi nula y la de Carpaneto era igual o peor, por lo que no pudieron sacar mayor provecho de aquella primera y única visita a la plaza comercial de San Miguel. De todas maneras, su futuro no estaba escrito en la acumulación mercantil de riquezas, sino que estaba señalado en otras áreas de la historia.

Durante aquella breve estancia migueleña tuvieron contacto con futuros intelectuales de la talla del general Juan José Cañas Pérez (autor de la letra del Himno Nacional, en 1879), el doctor David Joaquín Guzmán Martorell (creador de la Oración a la bandera, en 1924) y el mentor e historiador Dr. José Antonio Cevallos (autor de los tres tomos de Recuerdos salvadoreños), quien para ese momento era preceptor de 40 alumnos en una cátedra de gramática latina en esa localidad.

Por desgracia, según anota Joaquín Cárdenas en su libro Sucesos migueleños, Cañas y Guzmán nunca escribieron sus experiencias personales con Garibaldi, las que el segundo sólo confió al doctor Atilio Peccorini, quien también se las llevó consigo a la tumba. Por su parte, Cevallos no llegó a plasmar esas anécdotas en su obra magna, cuyo tercer tomo apenas llega un poco más allá de 1845 en la reconstrucción de nuestras raíces históricas. Una vez más, la oralidad reinante entre nosotros dio al traste con uno de los más interesantes capítulos de nuestra historia nacional.

Durante décadas, la familia Mazzini atesoró una silla mecedora de madera, muestra de que en ella se sentaba Garibaldi en los días de esa fugaz visita a San Miguel. ¿Fue aquella casa la única de la ciudad donde permanecieron él y Carpaneto? ¿Con quiénes más de los tres ducados, tres reinos y los estados pontificios se reunieron entonces y de qué platicaron en sus tertulias?

Sólo el silencio y la desmemoria se hacen presentes como respuestas para cerrar el periplo de aquel héroe que abandonó territorio salvadoreño por el puerto de La Unión, el 26 de junio de 1851, para retornar a Nicaragua. Después de 116 días de periplo por la tierra de los volcanes y El Salvador, Garibaldi y Carpaneto partieron hacia Panamá, Perú y, finalmente, Italia, donde al “prodigioso mosquetero de la libertad y aventurero de la gloria” -como lo definiera Rubén Darío- lo esperaba el mito y la gloria de su patria unificada por la fuerza de su espíritu y el acero de su espada.

El departamento de San Miguel, en el mapa oficial trazado por el ingeniero alemán Maxmilian von Sonnenstern, New York, 1858. / DEM
El departamento de San Miguel, en el mapa oficial trazado por el ingeniero alemán Maxmilian von Sonnenstern, New York, 1858. / DEM