Emely Quinteros puso adentro de una bolsa plástica lo poco que llevaba con ella. Quitó las cintas de sus tenis, las de su pequeño con ayuda de su esposo y las colocó en un recipiente de basura, ubicado debajo del largo puente que atraviesa la frontera entre México y El Granjeno, McAllen, Texas, en Estados Unidos.

Del lado estadounidense es la carretera Stewart, donde el río Grande pasa a unos 2 kilómetros y es el punto de encuentro de los migrantes con los agentes de la Oficina de Adunas y Patrulla Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés).

Para llegar ahí, Emely junto a su esposo y su hijo recorrieron 2,398 kilómetros desde su natal Chinameca, en el departamento de San Miguel, al oriente salvadoreño, un viaje hecho en bus, tráilers y balsas, según relató ella a un grupo de periodistas centroamericanos que presenciaron su detención.

Junto a su pequeña familia cruzó el río Grande en balsa, en el tercer grupo que los patrulleros recibían la tarde del miércoles anterior.

Al hablar con los periodistas, Emely relató que salieron de su tierra por la sequía y luego las lluvias los hicieron perder sus cosechas.

“Vivimos de la agricultura, se siembra maíz, frijol de seda; con la sequía, porque hubo canículas en el año, se perdió toda la cosecha de maíz. Se siembra la cosecha de frijol de seda y el invierno acabó con ella, demasiado exceso de lluvia y el frijol entra en un proceso de etiolación, se vuelve amarilla la planta y no hay cosecha para el otro año. No hay trabajo, si buscamos trabajo nos piden un título y experiencia laboral, lo cual no tenemos”, explicó la mujer de 31 años.

Los peligros.

A Emely la quebró recordar los riesgos que corrió con su familia en el camino. Aunque nunca reconoció que viajaba con un traficante o “coyote”, aseguró que los hicieron cruzar Guatemala en bus y en la frontera de México en balsas. “Apenas unas balsitas con unos flotantes con niños, fue horrible”, recordó.

El viaje al interior de México inició en tráiler, donde pasaron hambre; al llegar a Veracruz, en la tierra azteca, el sueño empezó a torcerse: “De ahí para acá ha sido horrible, en la camioneta que nos traían, se pararon otra camioneta delante de nosotros y había un bicho con armas, luego nos dejaron ir, pero fue horrible”, relató.

Al llegar al río Grande, la frontera natural entre México y Estados Unidos, afirmó que tuvieron que pagar para que los dejaran pasar. Los oficiales de la Patrulla Fronteriza han asegurado que las propiedades en las riberas pertenecen a cárteles y organizaciones criminales, quienes cobran el derecho de paso a los migrantes.

El día que Emely fue detenida junto a su familia, nueve salvadoreños más fueron recibidos por la Patrulla Fronteriza y enviados a un centro de detención en McAllen, Texas.

Ese día, el agente del CBP, Andrés García, reiteró a las personas que ingresan irregularmente a Estados Unidos que tras ser detenidos, serán procesados por un juez de migración, y pueden ser deportados bajo una sanción de no ingreso o aceptar el retorno a sus países de origen voluntariamente.

“Seguimos operando bajo el Título 8 que trae consecuencias criminales, en el momento que tu ingresas a la frontera de manera ilegal, estás infringiendo la ley y es un delito federal, recordemos que la pena mínima es de cinco años, invitamos al público a aplicar por un método legal”, añadió García.

Según las estadísticas de la Patrulla Fronteriza, las detenciones de salvadoreños se han reducido en un 30 % en 2023, sin embargo, la jefa de esa agencia en el Valle del Río Grande, Gloria Chávez, aseguró que el flujo migratorio cambió y los salvadoreños han empezado a llegar en grupos familiares, muchas veces, familias falsas conformadas por los traficantes de personas. Lo anterior implica la explotación de menores no acompañados.