Desde hace 31 años, Rosa Beatriz Panameño llega a los portales que rodean la plaza Libertad, en el Centro Histórico de San Salvador, para sacar brillo a los zapatos de los transeúntes que pagan por su oficio. El oficio lo aprendió hace 17 años y que aprendió por curiosidad, pero le tomó mayor cariño cuando tuvo que “sacar adelante” a sus hijos a partir de la tarea.

Es madre soltera de dos, ahora una de 30 y otro de 28 y cree que ahora “su trabajo ya dio frutos”, porque no debe estar solo a expensas de las ganancias diarias, dado que sus hijos, también aportan a la economía familiar.

“Ya mi vida ya va más tranquila, porque económicamente no dependo tanto de lo que haga día a día, porque con lo que ellos me dan y lo que yo gano, vamos pasándola”, relata Rosa mientras saca brillo a un par de zapatos.

Sin embargo, dice tener otra tarea a medias porque ahora “con gusto estoy criando a mi nieto”, un niño de 10 años, de su hija que vive en México.

De la curiosidad al trabajo.

Antes de ser lustradora de zapatos Rosa vendía periódicos, pero fue hasta que un día al llegar a vender dónde un lustrador de zapatos, vió la labor, y por curiosidad pidió aprender.

“Me motivó la curiosidad del trabajo, que porqué solo lo realiza un hombre y no una mujer, y también el dinero, ya que uno tenía que salir adelante, y más adelante fue más la motivación cuando me di cuenta que tenia que sacar adelante a mis hijos”, contó entre risas Rosa Panameño, como la conocen en el centro de San Salvador.

Desempeñarse en un trabajo de hombres la llevó a pasar momentos incómodos, desde el rechazo familiar, hasta el acoso.

“La familia se enojó, porque no es lo que esperan para uno, entonces se enojaron, pensaron que yo era vaga, que iba a agarrar malos caminos, pero eso es mentira, si uno no quiere no pasa eso, yo soy un ejemplo de eso, y sin decir que el trabajo es de hombres. Había unos hombres que me decían ´te voy a dar tanto y te voy a esperar a la vuelta´, entonces si sufrí acoso. Pero yo siempre me daba mi lugar”, relató.

Aunque explicó que, por ser la única mujer entre hombres le generó también ventajas, una de ellas era que por ser la única lustradora, atraía más clientes debido a la “curiosidad o el machismo” de los hombres, ya que dice pensaban que ella no podía lustrar.

Sin barreras.

Rosa Panameño aseguró que si las opiniones negativas sobre su trabajo en el oficio de lustradora de zapatos hubieran penetrado en su mente, quizá otra afuera su vida, por lo que hizo énfasis que ningún trabajo que sea considerado mal visto, debe ser obstáculo para desarrollarse, y menos cuando hay una familia que alimentar.

“La barrera más grande uno la tiene es la mente, yo siento que no hay barrera, he visto mucha gente que se cae y se levanta, hacerle caso al mal amigo, es una gran barrera, y siempre hay una forma de salir adelante, gracias a Dios yo aprendí este oficio, y yo puedo decir que ha sido gratificante”, dijo Rosa Panameño.

Reflexionó, que ahora “las mujeres tienen muchas oportunidades para superarse, y el que no lo hace ahora es porque no lo quiere”.

Luego de 30 años, Rosa Panameños llega de lunes a viernes hasta la Plaza Libertad, cargada de pastas y cepillos dispuesta a sacarle brillo a los zapatos que le “caigan”, aseguró que días son buenos, otros son malos, pero que “por suerte” la aflicción ya no es la misma de hace 30 años.

“Yo cobro de $1.50 para arriba. Días que se gana hasta $20, otros que no se gana nada, pero gracias a Dios siempre sale para pagar y para comer, siempre sale, aunque contar con el apoyo de mis hijos me tranquiliza mucho”, afirmó Rosa Panameño..