El volcán Boquerón es la estructura principal del complejo volcánico de San Salvador, que está formado por 25 edificios volcánicos monogenéticos. Casi todos son conos de escoria (cascajo y otros detritos) de menos de 100 metros de altura, con excepción de El Playón, que alcanza hasta los 160 metros. Los maares, anillos de tobas y cráteres de explosión del complejo volcánico son estructuras de entre 10 y 30 metros, de pendientes muy suaves y prolongadas, algunos de los cuales están ocupados por lagunas como la de Chanmico.

El volcán Boquerón tiene morfología cónica truncada, con una base de unos 24 kilómetros cuadrados y una cota promedio de 1,300 metros sobre el nivel del mar (msnm) en el interior de la depresión de colapso, una pendiente media de 14° en sus laderas y una altura máxima de 570 metros. La zona más alta del edificio volcánico tiene su cota máxima al suroeste, con 1,870 msnm y alturas promedio de 1,800 msnm al norte y 1845 msnm en el resto del perímetro del cráter, con un diámetro promedio de 1.6 kilómetros. La base del cráter, de 600 metros de diámetro, se sitúa entre los 1,325 y 1,350 msnm, con una profundidad promedio de 498 metros. El cráter del Boquerón constituye una cuenca endorreica y sus paredes internas presentan fuertes pendientes, en las que se producen frecuentes procesos de remoción de masa, en forma de derrumbes y otros pequeños flujos de escombros de corto recorrido.

La última erupción del volcán Boquerón tuvo lugar a partir de la noche del jueves 7 de junio de 1917, día de Corpus Christi en el santoral católico. Fue de tipo fisural, con la emisión de lavas andesíticas desde el flanco norte, mediante varias bocas eruptivas, conocidas como cráteres Los chintos, El pinar, El tronador, Los Boqueroncitos, etc.

Columna de humo en el cráter Boquerón e inicios de la formación del Boqueroncito, a fines de julio de 1917. / DEM
Columna de humo en el cráter Boquerón e inicios de la formación del Boqueroncito, a fines de julio de 1917. / DEM



La erupción también tuvo una fase explosiva que evaporó la laguna de aguas azufradas y verdosas que existía en el interior del cráter, en la que los pobladores del volcán realizaban labores de pesca. Desde el 9 hasta el 28 de junio, la laguna se mantuvo en ebullición y evaporación. Este no es un detalle menor. La presencia de cuerpos de agua superficial en complejos volcánicos tiene especial relevancia por la posibilidad de ocurrencia de actividad explosiva hidromagmática. Esa laguna se encontraba a unos 1,460 msnm, tenía una profundidad estimada de 80 metros, una superficie del espejo de agua de 0.31 kilómetros cuadrados y un volumen estimado de 13.3 por 106 metros cúbicos.

En la noche del 29 de junio de 1917, comenzó la formación del cono de escorias El Boqueroncito, que se prolongó por ocho días. El Boqueroncito manifestó actividad hasta inicios de noviembre de 1917, con pulsos eruptivos cada 5-10 minutos durante las primeras semanas y cada 30 minutos a partir de agosto. El cono de 40 metros de altura y diámetro de 120 metros fue formado por material piroclástico de tipo bloque y bombas piroclásticas, más un flujo de lava vesiculado y de corto recorrido, de color gris oscuro, masivo e hipocristalino.

Además, hubo columnas eruptivas con emisión de cenizas de hasta dos kilómetros de altura y que afectaron a afectaron la zona sur del actual cantón Lourdes (Colón), el suroeste del volcán y la cercana Santa Tecla.

Los tres terremotos asociados con la erupción dejaron muerte y destrucción material en San Salvador y varias localidades más. / DEM
Los tres terremotos asociados con la erupción dejaron muerte y destrucción material en San Salvador y varias localidades más. / DEM



La actividad eruptiva fue precedida por actividad sísmica, con tres temblores de alta intensidad en la tarde y noche del 7 de junio. Esos estremecimientos terráqueos afectaron a varias poblaciones, desde Armenia y Ateos hasta la caldera volcánica del lago de Ilopango.

En la noche del jueves 7 de junio y sin gran actividad explosiva en sus puntos de origen, la emisión de lavas inició desde siete bocas eruptivas en la ladera norte del volcán Boquerón. Ellas estaban situadas desde los 700 metros de altura (como el caso de Los chintos y El tronador) hasta los 1,410 metros de los Boqueroncitos.

En menos de 24 horas, la lava expulsada había alcanzado hasta 6.5 kilómetros desde las bocas activas y había cubierto grandes tramos de la línea de ferrocarril entre San Juan Opico-Sitio del Nino-Quezaltepeque-Apopa. La lava también siguió unos tres kilómetros hacia el oeste u occidente hasta la laguna de Chanmico. La emisión magmática se mantuvo hasta el 11 de junio, con un espesor promedio de cinco metros. Son lavas andesíticas de tipo a’a o malpais, rugosas y altamente vesiculadas en superficie y masivas en su interior. En la década de 1990, su volumen fue estimado en 0.09 kilómetros cúbicos.

La población e infraestructura del Área Metropolitana de San Salvador (AMSS) está asentada en el presente sobre una planicie donde se interestratifican los depósitos volcánicos y epiclásticos del complejo volcánico de San Salvador y los de la caldera del Ilopango, ambos con registro de erupciones prehistóricas e históricas, algunas de ellas de gran magnitud. Sólo el Volcán de San Salvador ha tenido 14 eventos efusivos y 27 erupciones explosivas en los últimos 36,000 años, que afectaron a asentamientos humanos desde el Preclásico Medio (900-400 A. C.) hasta inicios del siglo XX.

Además de ese registro histórico de erupciones del complejo volcánico de San Salvador, la caldera del Ilopango tuvo un evento eruptivo de tipo ultrapliniano hace unos 1,500 años, que produjo los depósitos piroclásticos Tierra Blanca Joven (TBJ) que en la planicie de San Salvador tienen espesores de 2 a 20 metros y cubrieron un área de 10,000 kilómetros cuadrados con un espesor de más de 50 centímetros. Esa erupción está considerada una de las mayores en Centroamérica y el mundo de los últimos dos milenios y causó impactos sociales y ecológicos a nivel global que son motivo de estudio en diversas universidades y centros científicos de la actualidad.

Tarjeta postal iluminada que presenta el aspecto de la laguna al interior del cráter del volcán Boquerón, evaporada entre junio y julio de 1917. / DEM
Tarjeta postal iluminada que presenta el aspecto de la laguna al interior del cráter del volcán Boquerón, evaporada entre junio y julio de 1917. / DEM



La planicie o valle de San Salvador está surcada por numerosas quebradas, tiene muchísimas fallas tectónicas con recurrente actividad sísmica. Además, año con año, se producen impactos por inundaciones y procesos de inestabilidad de laderas, en especial en forma de lahares en el sector este o oriente del complejo volcánico, como el ocurrido en Montebello en 1982.

Durante las décadas de 1970 y 1980, los modelos de desarrollo implementados en el AMSS generaron un crecimiento acelerado de población y una dotación escasamente ordenada y planificada de infraestructuras urbanas privadas y públicas.

En medio siglo transcurrido, el AMSS ha duplicado su tamaño y alcanza ahora unos dos millones de habitantes. Durante este rápido proceso de urbanización y deforestación, los sectores más vulnerables de la población han tendido a asentarse en las zonas con mayores grados de riesgo por el impacto de fenómenos geológicos e hidrometeorológicos. Ahora, la población expuesta tiene un alto grado de vulnerabilidad física (asentamientos en las laderas de los volcanes, bordes de ríos y quebradas; condiciones precarias de la infraestructura habitacional, asentamientos sin control, urbanización turística acelerada, etc), social (carencia de organización, desconocimiento de los fenómenos perturbadores, preparación deficiente, etc) y económica (empleo informal, carencia de cultura del ahorro, delincuencia común, etc).

Trabajadores delante del muro de cascajo en el ramal ferrocarrilero Sitio del Niño-Quezaltepeque. / DEM
Trabajadores delante del muro de cascajo en el ramal ferrocarrilero Sitio del Niño-Quezaltepeque. / DEM



La combinación de factores de peligro (volcánico, sísmico, geológico e hidrometeorológico) y de vulnerabilidad física, económica y social de la población expuesta en el entorno del complejo volcánico de San Salvador provocan que el macizo volcánico sea uno de los centros volcánicos de mayor peligrosidad de El Salvador, Centroamérica y el mundo. Es muy alto el riesgo de pérdidas y daños humanos severos en el AMSS y en otros centros urbanos y rurales en el entorno del complejo volcánico por el impacto una futura erupción principal o secundaria.

Por ese motivo, la evaluación y monitoreo constante de los peligros volcánicos para este complejo es de enorme relevancia, ya que una potencial erupción, aun de pequeña magnitud, afectaría a cientos de miles de personas y supondría un enorme y devastador retroceso en el desarrollo general de El Salvador.

Así las cosas, en el presente y de cara al futuro es imprescindible disponer de las herramientas técnicas y científicas para la emisión de pronósticos a corto y largo plazo, para así garantizar un correcto funcionamiento del sistema de alerta temprana por erupciones. La vigilancia volcánica es la base para realizar un pronóstico en el corto plazo que señale cuando podría producirse una reactivación de la actividad eruptivas del complejo volcánico de San Salvador. Es la única vía para prevenir un impacto parecido o peor al que sufrieron San Salvador y alrededores tras aquella fatídica erupción de 1917. “Siete de junio, noche fatal, bailó este tango la capital...”.

Agradecimientos especiales

Para la científica catalana María Dolores Ferrés López, de cuya tesis doctoral en Ciencias de la Tierra, Estratigrafía, geología y evaluación de peligros volcánicos del complejo volcánico de San Salvador (El Salvador) (México D. F., Universidad Nacional Autónoma de México-UNAM, abril de 2014), se extrajo el material necesario para realizar este artículo divulgativo.