“Cristo es nuestra paz- porque quiero ser un mensajero de paz y un constructor de la paz en nuestra Iglesia, y en nuestro pueblo. Pero la paz de Cristo, que no es la paz que el mundo no puede dar”, pronunció el 3 de julio de 1982, en su mensaje al ser nombrado obispo auxiliar.
Y explicó: “Mi trabajo en favor de la paz estará inspirado en esta doctrina de la Iglesia que no es experta en asuntos políticos, sociales o económicos, pero que puede reclamar para sí el título de experta en la humanidad”. Un lineamiento que monseñor Rosa Chávez ha cumplido en cada mensaje o acción emanada desde él para los salvadoreños, al revisar su historia en retrospectiva.
Esa misma historia de vida del ahora cardenal salvadoreño ha quedado plasmada en el libro “Conversaciones con el cardenal Gregorio Rosa Chávez, candidato al premio nobel de fidelidad”, escrito por el padre boliviano, Ariel Beramendi, entre 2017 y 2019.
Pero también muestra al Gregorio niño, en su natal Sociedad en Morazán, el mayor de nueve hermanos que se convirtió en sacerdote, cuando su padre vio las cualidades de la vocación en él. “Lo que no sale por el tronco, sale por las ramas; si yo no pude, tu si podrás”, fue la respuesta de don Salomé Rosa al descubrir los dones sacerdotales en su hijo. “Vio refrendada su vocación en mi elección”, afirma el cardenal.
Sin embargo, la figura de monseñor Rosa Chávez ha estado fuertemente ligada a la del santo salvadoreño, monseñor Óscar Arnulfo Romero, en la historia salvadoreña: se conocieron, convivieron y tuvieron una fuerte amistad, pero una de las preguntas claves que muestra la conversación es ¿quién es monseñor Rosa Chávez si se quita a la figura de Romero?
En su respuesta, se puede ver reflejada la vida de entrega a la iglesia y de búsqueda del equilibrio. Un sacerdote que por méritos fue elegido entre un grupo para reabrir el seminario San José de la Montaña, después de un periodo de polarización política en el clero y la sociedad, y que le tocó enfrentar, desde ahí, los inicios de la guerra fratricida.
“Sigo siendo el mismo desde mis tiempos de seminarista hasta hoy, con distintos escenarios y situaciones, pero no cabe duda que mi encuentro y mi amistad con monseñor Romero, me han marcado a fuego”, resumen Rosa Chávez.
Una amistad hasta el martirio.
El primero encuentro de Rosa Chávez con Romero fue en oriente, precisamente, con la voz del joven sacerdote Óscar Romero. Cada domingo, la familia Rosa Chávez escuchaba la misa por radio, porque en su pueblo no había sacerdote, y la voz que participaba en ella y en la oración de la mañana era la del ahora santo.Aun siendo muchacho relata que visitó la catedral de San Miguel en uno de los viajes que su padre hacía para comprar mercadería para su tienda y ahí vio al sacerdote joven con sotana negra a la orilla del presbiterio. “No recuerdo lo que dijo, pero me cautivó su voz y la unción con la que hablaba, yo todavía no era seminarista”.
El cardenal Rosa Chávez dice que comparte fechas con Romero, la primera 1942, el año de su nacimiento fue cuando Óscar Romero fue ordenado sacerdote; 1970, cuando Romero fue ordenado obispo y Rosa Chávez, sacerdote. Pero la más importante para él es 1965, cuando aún siendo seminarista el segundo obispo de San Miguel le pide hacer un año pastoral, ayudando al padre Romero en el seminario menor. “Fue en ese año cuando se consolidó nuestra amistad”, recuerda el purpurado.
Es costumbre que, en la Iglesia que cada obispo formule en una frase el lema que le servirá de inspiración en su servicio pastoral. Yo he escogido Christus pax nostra: Cristo es nuestra paz- porque quiero ser un mensajero de paz y un constructor de la paz” Gregorio Rosa Chávez, cardenal, obispo emérito
En esa amistad fue Romero quien descubrió la vocación de comunicador de Rosa Chávez, y que más tarde se consolidaría al estudiar la licenciatura en Comunicación Social en Lovaina, Bélgica, donde también se formó en teología dogmática en los años 70.
“Cuando él (Romero) predicaba los domingos, yo acostumbraba quedarme en mi oficina tomando nota de sus palabras que eran transmitidas por la radio. Después solíamos comentar su homilía, reflexionando sobre las palabras que había usado y el contenido de su mensaje”, recuerda en sus conversaciones el cardenal.
Sin duda, uno de los momentos más duros fue el asesinato de su amigo: “Vi a monseñor en una camilla de lámina, con sus ornamentos sacerdotales morados, sin vida, con el rostro sereno, sin rasgos de sangre, pues ya le habían limpiado. Algunas religiosas rezaban a su alrededor. Creo que fui uno de los primeros sacerdotes que rezaron un responso por él. Había un grupo de gente pensando qué hacer, o qué decir porque se temía lo peor. Todos estábamos desconcertados”, relata el cardenal sobre la noche del 24 de marzo de 1980, cuando acudió al lugar donde había asesinado a Romero.
“Al salir a la calle escuché la pólvora festiva en las zonas ricas de la ciudad. Me enteré después que algunos llegaron a decir: ‘Por fin mataron al comunista’. En mi predominó el silencio, estaba muy conmovido, pero también sentí paz en el corazón, por las circunstancias de su muerte: había muerto en el altar a la hora del ofertorio”, manifiesta Rosa Chávez.
El obispado.
Otra gran figura dentro de la vida del cardenal Rosa Chávez fue monseñor Arturo Rivera y Damas, quien asumió el arzobispado tras el martirio de Romero. Bajo su gobierno clerical, Rosa Chávez fue nombrado obispo auxiliar, un cargo que recién el papa Francisco aceptó su renuncia.Una de las grandes revelaciones del libro tiene que ver con su cargo, casi vitalicio, como obispo auxiliar. Y es que aunque el cardenal ha sostenido que nunca buscó cargos ni puestos, relata que en dos ocasiones la sociedad esperaba que él fuera nombrado obispo con alguna jurisdicción, “pero el nuncio Manuel Monteiro de Castro pensaba que yo no debía estar al frente de una diócesis”.
Relata que en 1996, mientras preparaban la vista del papa Juan Pablo II tuvo ante sus ojos una nota de un sacerdote español quien decía al nuncio Monteiro que “ni se le ocurriera” darle una diócesis. “Me parece que lo hizo con honestidad, porque me veía como un obispo peligroso, revolucionario, no apto para regir una diócesis”.
Después de un año del arzobispado monseñor Sáenz Lacalle, él mismo pidió a Rosa Chávez que se trasladara a la parroquia San Francisco, como su titular. “¿Por qué pasó eso? Quizá porque vivíamos en dos mundos paralelos: muchas de sus visitas eran personas del Opus Dei o ligadas a la Obra. Empecé a sentir que yo era un personaje incómodo en ese contexto y quiso cortar por lo sano”. Rosa Chávez también dice que esa decisión la tomó con naturalidad y que esa supuesta “marginación” después se convirtió “en bendición”. “Para ser justo debo añadir que Monseñor Sáenz se portó siempre conmigo como un caballero”, acota.
La búsqueda de la paz.
Previo a esa situación, Rosa Chávez forjó un camino de búsqueda de paz de la mano de monseñor Rivera y Damas, al mediar la negociación del fin del conflicto armado en El Salvador.En 1989 enfrentaron la masacre de los padres jesuitas, donde él recuerda: “Esa mañana trágica, en pleno estado de sitio, en el arzobispado escuchamos unas palabras que salía de los altoparlantes del cuartel San Carlos, situado a poca distancia: ‘Ellacuría y Martín Baró ya cayeron. Sigamos matando comunistas’. Monseñor Rivera me pidió que lo comunicáramos a la casa presidencial y allí no dieron crédito a nuestra denuncia”. Relata que más tarde, sonó la misma frase, añadiendo: “Somos de la primera brigada de infantería”.
Monseñor Rosa Chávez estuvo presente en las primeras rondas de diálogo de la paz, entre 1984 y 1989, conformado el equipo clerical que dirigía monseñor Rivera para alcanzar la tan anhelada paz.