Una mujer marcha junto a un manifestante Talibán en demanda de sus derechos. Esta manifestación en Kabul fue duramente reprimida por el regimen./Foto Juan Carlos.


Manejé de Kandahar hacia Kabul para darle cobertura a la caída de la capital afgana y de todo el caos posterior.

Es emocionante, triste. Afganistán tiene historia de sufrimiento, 40 años sino más, con los soviéticos, con la guerra civil postinvasión soviética, luego Estados Unidos y sus aliados. Para mí ha sido una gran oportunidad de presenciar un momento tan tristemente histórico. Tener que vivir esta situación tan difícil para ellos. Aprendí mucho de ellos, poder ser testigo de la realidad que viven los afganos un poco antes que llegaron los talibanes al poder.

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Los afganos son sumamente amables, amorosos, te protegen, hacen todo lo que tienen en su poder para hacerte sentirte super bien, cuando un afgano te abre la puerta, te considera huésped, hacen todo para que estés cómodo para que estés bien. Es increíble el recibimiento, la hospitalidad. Ellos dan todo por ti. Al mismo tiempo fue en un momento caótico, de cambio político drástico, pero en general se puede decir que he podido trabajar después del Talibán había momentos tensos.

Un mural en Kabul que promovía la inclusión de la mujer en la sociedad afgana, luce totalmente manchado tras la llegada de los talibanes al poder.Foto Juan Carlos

Hacer periodismo tras la llegada de los talibanes


Hacer periodismo después que el Talibán tomara el poder fue interesante. Ya no era el mismo de hace 20 años. Los líderes talibanes, a través del ministerio de Cultura y Comunicación, proveyeron de una carta firmada con sello oficial del Emirato Islámico que te daba permiso de hacer tu trabajo. Se la mostraban en cualquier retén de los talibanes. Del dicho al hecho hay un gran trecho porque no siempre te dejaban. Pero en general, de esa manera trabajabas, muchos la respetaban pero te encontrabas en situaciones donde los talibanes no te permitían trabajar con cualquier excusa.

Varias ocasiones te detenían, otros no la reconocían, especialmente en las provincias, a veces no funconaba.

Después del 15 de agosto hasta septiembre trabajé solo, sin traductor ni fixer, porque los que trabajaban en eso se habían ido o buscaban irse, y no quería forzar a nadie a trabajar conmigo porque temía que les hicieran algo.

Anduve en las calles solo, comunicándome con señas, en inglés. Muchos talibanes hablan pashtun o dari y había problemas de comunicación. Pero tenía que salir a las calles. No fue tan hostil el Talibán pero había situaciones.
Los talibanes nos decían que hace tres meses eramos sus enemigos y nos hubieran matado, pero que hoy eramos huéspedes del Emirato Islámico y era otra situación, que eramos amigos. Algo muy extraño, ibamos de un extremo a otro.

Cuando cubrí la manifestación más grande, el 7 de septiembre en contra de los Talibanes y que hubo una persecución muy grande a las mujeres, ahí no importaba la carta y te agredían, a muchos periodistas afganos y extranjeros se los llevaron y los golpearon. Así que, depende de la situación.

En ciertas ocasiones era tranquilo y en algunas ocasiones eran hostiles.

Las marcas de la guerra en un edificio gubernamental de Gazab, Afganistán./Foto Juan Carlos.

Todo cambió


El día D, de la toma de Afganistán, todo cambió después del 15 de agosto. La población tenía miedo, había mucha incertidumbre. Ya en las calles de Kabul no había mucha gente. Se puede decir que más del 50 % del tráfico de personas, el movimiento ya había disminuido sino más. Sí había comercio popular, mercados, había lugares de comer, había lugares que empezaron a cerrar más temprano, otros no abrieron y hasta hoy no hay mucha vida nocturna como la que había Kabul. Pero se lograba conseguir alimentos y todo.

Hablaba con los vendedores informales y se quejaban de que ya no vendían mucho, ya no había mucho movimiento de gente y tenían pérdidas. Se dio un gran cambio.
Ya no había tantas mujeres circulando por las calles, sí unas pocas, pero no como antes. Las mujeres tenían especial temor, el temor sigue ahí, pero nos hemos dado cuenta que el Talibán no es el de antes y las mujeres andan por las calles, pero siempre hay una preocupación, hay miedo, pero se ve un poco más de movimiento.

El primer mes la ciudad cambió a que era más tranquila, los restaurantes casi vacíos.

Después del 30 de agosto, cuando salió el último soldado estadounidense y se completó la evacuación de civiles, eso dejó a Kabul sin la gente que gastaba, se había ido del país. La gente que quedó tiene mucha preocupación de qué va a ser de Afganistán bajo el nuevo regimen

Un grupo de estudiantes universitarias y de secundaria -todas con burqa- participaron en un evento en la Universidad Shahid Prof. Rabbani Education University en Kabul, para mostrar apoyo a los talibanes, para la segregación de niñas y niños./Foto Juan Carlos

El día a día


El día a día bajo el regimen Talibán ha sido un proceso. Los afganos aún tienen miedo. Al inicio el miedo era sobre la reacción del Talibán contra el pueblo, esperaban un regimen como el de hace 20 años, aplicando la Sharia, la ley musulmana, un Talibán rígido y violento que ejecutaba personas en público, de forzar mujeres a usar burqa y sino usaban, las iban a golpear públicamente. Ese era el miedo del pueblo en general.

La cúpula que gobierno decía una cosa, que iban dejar trabajar y estudiar a las mujeres, pero no se sabía si iba a ser cierto.

Los mercados nunca cerraron porque tienen que vivir, tenían que abrir. El sector más afectado fue el sector de clase media, progresista y un sector de la clase trabajadora que era parte de este movimiento más inclusivo, con más educación y las mujeres que luchaban por ser parte de la sociedad y eso se acabó.

Pero a las mujeres no las forzaron a usar burqas, pero muchas optaron por ser más conservadoras en su vestuario, no al punto de usar siempre el burqa. Pero se ven algunas con tacones.

Hay retenes por todos lados del Talibán.