La pandemia de la Covid-19 no concluye, pero avanza su superación con las vacunas. A ver qué nos depara el futuro. Algo parecido pasa acá. Estamos a unos días del fin de la peste electorera, que viene desde la campaña adelantada para los comicios de hace dos años. ¿Estamos? No estoy seguro pues en tres años se vienen otros y, eso pienso, la propaganda para esas votaciones arrancará cuando se declaren firmes los resultados de las recién consumadas. Es la “normalidad” a la que, irremediablemente, regresaremos y en la que siempre ha sido privilegiada la impunidad para los grupos de poder visibles y ocultos.

A esta es a la que, desde Víctimas Demandantes (VIDAS), no queremos regresar. Por ello, estamos y estaremos en pie de lucha para sortearla vacunando a quien sea necesario con nuestros reclamos de verdad, justicia y reparación integral. Entre los organismos contagiados hasta el tuétano que urge inyectarle doble o triple dosis está la Asamblea Legislativa, ahora que una de las partes que hicieron la guerra y se cobijaron con la cochina colcha de la amnistía apenas tendrá una minúscula representación; la otra, me atrevo a pensar, navegará siendo acomodaticia e inofensiva.

La institucionalidad que ambas pactaron, o no la repararon bien o no la construyeron como debían. Así la recibió Nayib Bukele, quien ha desnaturalizado aún más las piezas que ha podido como en el lastimoso caso de la corporación policial. Por eso, a pocas semanas de cumplirse 31 años de que firmaran el Gobierno y la guerrilla de la época el Acuerdo de Ginebra, el 4 de abril de 1990, VIDAS propone rescatar esa “hoja de ruta”. Siempre insistiré: el único compromiso que cumplieron sus signatarios, fue terminar la guerra por la vía política lo más pronto posible. Se puede decir que lo hicieron bien. Pero el resto… No contribuyeron a democratizar a fondo el país ni a garantizar el respeto irrestricto de los derechos humanos; mucho menos a lograr que la sociedad salvadoreña se conciliara. Al contrario, dinamitaron las posibilidades de convertir a El Salvador en un país normal. Ese que Lanssiers describe como aquel “donde la justicia sea personalizada y se transmute en equidad, donde el verdugo no sea considerado como el garante de la civilización”.

Hoy es la hora, entonces, de las víctimas que tanto tiempo han esperado respuesta a sus demandas de justicia por las atrocidades que sufrieron; justicia que no han obtenido ni en conjunto ni mucho menos personalizada. ¿Por qué es su hora? Porque ya no tienen ningún peso político específico los partidos que, a su conveniencia, le dieron la espalda a esos reclamos; pero, sobre todo, porque ya no pinta nada el que se llenaba la boca asegurando estar comprometido con el dolor de aquellas y pretendió erigirse como abanderado de su causa.

“¿Quién dijo que todo está perdido?”, interpela Fito. Yo respondo que ahora ‒como siempre‒ ofreceremos nuestros corazones, nuestras almas y vidas. Habrá que seguir en esa entrega para lograr lo que buscamos. ¿Será más fácil porque ya no están ese par de estorbos en el camino? Personalmente, pienso que no. Viendo el proceder de Bukele, me surgen enormes aprensiones; no creo que la próxima legislatura coloreada de celeste le cumpla a las víctimas de graves violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad.

¿Por qué? Por dos razones. Fuera del muro del cuartel que mandó pintar hace más de un año, no ha hecho nada más; al revés: no entregó archivos militares requeridos judicialmente, vetó la ley de reconciliación aprobada en febrero del 2020 sin formular una acorde a los estándares establecidos por la Sala de lo Constitucional y afirmó que la guerra que produjo tantas víctimas de ambos bandos era una farsa. La segunda razón: nadie entre su gente que ocupará una curul el próximo 1 de mayo propuso nada al respecto en campaña y solo cumplirán los dictados de su líder.

Pero, dicen, que “al que quiera azul celeste que le cueste”. Entonces, a seguir batallando pero sin “falsos profetas”. Las víctimas de algún atropello a cualquier derecho en cualquier tiempo y por cualquier responsable, somos más en este país. Seamos, además, ¡demandantes!