Puede que alguien me etiquete como malcriado e irrespetuoso por utilizar esa expresión coloquial propia de, según el principal diccionario de la Real Academia Española (RAE), México y Nicaragua; también de El Salvador, aunque no aparezca registrada como tal en dicho tumbaburros. Pero es la más apropiada para encabezar este comentario; no tiene donde perderse: quiere decir “por fuerza” o “a la fuerza”. ¿Por qué traerlo a colación?, se preguntarán quizás. Pues porque así funciona esta administración estatal férrea y totalmente controlada por Nayib Bukele, quien antes de ingresar a Casa Presidencial el 1 de junio del 2019 había dado muestras de su particular estilo de gobernar, sobre todo siendo alcalde capitalino. Pero se destapó sin rubor cuando, dejando atrás su disfraz de “demócrata”, con un puñado de efectivos castrenses y policiales asaltó el principal salón legislativo el 9 de febrero del 2020.

En adelante, durante la pandemia y en la sesión parlamentaria del 1 de mayo del 2021 ‒ya copada por sus serviles diputadas y diputados‒ comenzó a consolidar su frenético ejercicio autoritario del poder. Fue en esta última ocasión cuando por esa vía se deshizo, a huevo, de un estorboso fiscal general de la república y de una Sala de lo Constitucional insumisa. Debía hacerlos a un lado. Por eso se saltaron todas las trancas, argumentando que el primero respondía a los designios del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA); para desmantelar la segunda, dijeron que sus integrantes habían violado la Constitución al poner determinados “intereses particulares” por encima de “la salud y la vida de toda la población”.

Sin embargo, recientemente, en la Asamblea General de las Naciones Unidas Bukele mismo –presumiendo de su “valentía”-‒ aseguró que esas determinaciones y otras eran necesarias para emprender la guerra contra las maras hasta derrotarlas, imponiendo un régimen de “excepción” normalizado a huevo. “Todas las decisiones que hacían falta para arreglar nuestro problema más urgente, la inseguridad, debían ser tomadas”. Con esas palabras intentó “justificarse” ante el mundo, sin importar que nada tuviesen que ver con el planteamiento ocupado en mayo del 2021.

Y a huevo han querido engatusarnos con la reelección presidencial inconstitucional; a huevo han impuesto dos personajes impresentables para aplaudir al Gobierno en materia de derechos humanos, pese a la gravedad de lo que está ocurriendo; a huevo quieren hacernos creer que necesitamos un monumental estadio para practicar el fútbol más infame de la región y que el mamotreto por inaugurar dentro de poco será la biblioteca más grande e imponente de Latinoamérica; a huevo andan presentando al nuestro como el más seguro entre todos sus países y al café guanaco como el mejor del planeta; a huevo siguen neceando que el bitcoin es la salvación...

Mucho antes de que Bukele apareciera en escena, también a huevo nos quisieron hacer creer que el cumplimiento de los acuerdos mediante los cuales finalizó la guerra era patrimonio exclusivo de sus firmantes; por tanto, no se requería la participación de la población y menos de las mayorías populares que de forma organizada debieron haber sido protagonistas esenciales del proceso pacificador. Igualmente a huevo, hoy quieren hacernos creer que lo establecido en estos ‒desde el de Ginebra del 4 de abril de 1990 hasta el de Chapultepec del 16 de enero de 1992‒ no sirvieron para nada.

En realidad, no fueron ni malos en sí mismos ni mucho menos una farsa. Eso sí, deben condenarse tres estafas imperdonables que ‒decididas y consumadas a huevo en 1993‒ impidieron la buena marcha de dicho proceso. La primera: amnistiar a los responsables de las atrocidades ocurridas en años anteriores y así fortalecer la impunidad, que ahora le es rentabilísima al oficialismo; la segunda: la utilización temprana y desde entonces permanente de la Fuerza Armada en tareas de seguridad pública, soporte esencial para el sostenimiento de la autocracia “bukelista”; la tercera: el desmontaje del Foro de Concertación Económica y Social que, de haberse desarrollado en aras del aún lejano bien común, al menos en algo hubiera contribuido a paliar el agobio permanente de nuestra población más jodida.

Llegará el día en que los excesos de Bukele para imponerse y mantenerse a huevo, ya no tengan que ver solo con su retórica y la de sus merolicos –léase charlatanes– sino con el mayor uso de una tropa crecida en número y excesivamente armada para contener la protesta social, junto a una corporación policial ya nada civil y del todo militarizada. Por todo lo anterior, desde abajo y desde adentro, a huevo habrá que aprender de la presente lucha por la democracia y el respeto de los derechos humanos que libra el huevudo -léase valiente y osado, según la RAE- hermano pueblo chapín.