No me refiero si al Inter de Miami o a la Selecta, nada que ver. Me refiero a cosas en verdad trascendentes para la nación. ¿Por quién vamos a votar estas próximas elecciones? Las encuestas “reverberellan” de datos, pero... “alea jacta est”.

Desde que me involucré de lleno a la política aldeana de mi país, desde 1989 como activista del PDC en las elecciones que ganó el ahora prófugo, Alfredo Cristiani, pasando por candidato a diputado por La Paz, asesor legal de bancada, hasta el 2006, en una corta etapa corta y fugaz nuevamente como asesor de la bancada, cuando el partido ya era dominado totalmente por Rodolfo Parker, y aún hoy en día, alejado de toda política, pero con el honor de opinar sobre ella todas las semanas, no he dejado de informarme sobre las encuestas y ver su correspondencia con la realidad final expresada por el electorado en las urnas y, según mi humilde experiencia, sean compradas, alquiladas, mal hechas, ya en junio del año preelectoral (lo he dicho en varios artículos anteriores), las tendencias no cambian.

No recuerdo que en El Salvador se haya dado ni una tan sola sorpresa en cuanto a los resultados en las elecciones para presidente de la República. José Napoleón Duarte, los cuatro gobiernos de ARENA, los dos del FMLN y ahora con Nayib Bukele, nada, todo ya estaba dicho meses antes de sus respectivos ganes. Ni una tan sola sorpresa. Tal vez algunas encuestas que quedaron en total ridículo, pero nada de sorpresas. Ni si quiera digo que “muy difícilmente cambian”, no, para nada, ¡es que no cambian en lo absoluto!

Todo lo que lo que los aspirantes a la silla presidencial debieron haber hecho en los años anteriores, si no se hizo, ya están heridos de muerte.

Desviándome un poco del tema, recuerdo bien que, como medida desesperada para atraer prosélitos semanas antes de las elecciones de 1984, el partido del “amansa bolos”, el temible Chele Medrano, prometió que las entradas a los cines serían gratis si él ganaba. Más demagogia, imposible.

Pero bien. Mis más inteligentes amigos dedicados a escudriñar las encuestas siempre me han enseñado que hay algunas que no pegan, pero no tanto como para dar como ganador presidencial a fulano y que al final gane mengano.

Hoy por hoy, actualmente, y como nunca se había visto en la era democrática, la “cachimbiada” es segura. ¿Me afecta eso? Aunque he pasado todos estos años señalando el impúdico asesinato que el sultán hizo a la democracia, al sistema republicano, a la institucionalidad; el descaro con el cual ha gastado el dinero público sin rendir cuentas, y su estrategia de mantener dormida a la gente con lucecitas y eventos, la verdad no me causa ni frío ni calor pues, sin duda, algo habrá hecho el hombre para merecer esa intención de voto que ronda los 70 a 80 puntos porcentuales. No importa que la educación, la economía, la inversión extranjera, etc., no hayan avanzado, pero algo habrá hecho bien.

Sea que anuló toda fuente de información del gasto público, sea que ahorcó a sus rivales no dándoles los fondos que por Ley tenían derecho a recibir, ¡por lo que sea!, la suerte está echada, y no por las tropas de César, sino por la estrategia de un bachiller publicista que vende humo de manera genial.

Pero bien, ¿por quién vamos a votar?
La gente quiere una dictadura, pues ni modo. Que la tenga. Así como el pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, quiso ser gobernado por reyes, y los tuvo, a pesar que la mayoría fueron detestables. ¡Pues que así sea!, pero al menos no dejemos que gobierne solo, no callemos a las voces disidentes de oposición que constantemente, desde sus curules, señalan con valentía los desaciertos, caprichos y arbitrariedades del gobernante y sus obedientes diputados.

No puedo creer que, en intención de voto, los ciudadanos le vayan a dar a la oposición 4, incluso, solo 3 diputados, de los 60 que ahora constituyen el Poder Legislativo. ¿Tanto así ha afectado al autoritarismo bukeliano la mente del salvadoreño que se le ha olvidado de la suma importancia del juego de pesos y contrapesos, básico en toda república?

Que se reelija, a pesar de la pisoteada que le dio a la Constitución, él y todos sus adláteres, pues ni modo, ya el arroz está cocinado, pero que le vayan a quitar voz y fuerza (aunque sea artrítica) a la oposición. ¡Oigan! La cuestión entonces es más grave de lo que parece, y las lucecitas y eventos sí han dado resultado.