Al hacerlo así, las palabras tomarán vida y crecerán en esperanza, porque la luz barrera todas nuestras sombras. Solo hacen falta ciudadanos de acción y de verdad, cuyo andar frecuente esté consolidado en la mano tendida, para salir de este volcán de incertidumbres y retomar la confianza entre sí. Puede que nuestro planeta, con sus moradores perdidos; no solo esté ciego, además esté ardiendo. Ver el sufrimiento que vierten las miradas de las gentes, ya nos deja hundidos. De ahí, la obligación de actuar para dar solución colectiva a la multitud de desafíos que se nos presentan sin parar, que son verdaderamente dramáticos, pero no imposibles de que cesen. Tenemos que buscar, entre todos; esos rayos de esperanza, por muchas que sean las tumbas que se nos presenten a diario. Desfallecer es lo último, mientras tengamos vida. Desde luego, no hay mayor resistencia que levantarse cada día, dispuesto a batallar, con el deseo de plantar un árbol de ilusión cada mañana y de tejer un abecedario de concordias.
Está visto que toda crisis surge de la injusticia de haber superado todos los límites, lo que requiere imaginación para cerrar unas puertas y abrir otras, espíritu cooperante y diálogo continuo. Quizás tengamos que aprender a vivir de otra manera, ya no únicamente bajo el techo fraternal, también de modo sostenible y sustentado en el respeto. Cuesta entender, por consiguiente, los continuos abusos de los derechos humanos en muchos rincones del orbe. Lo mismo sucede con la crisis climática, es una muestra más de la inmoralidad; mientras las grandes potencias generan el 80 % de todas las emisiones, son los más pobres y vulnerables los que soportan la mayor carga de desastres. En esto, como en todo, nos falta coraje para hacer realidad en nuestro caminar el aire de la justicia copartícipe. Por desgracia, nos movemos a nuestros propios intereses. Sálvese el que pueda. Así, los países ricos han generado un sistema financiero mundial a su capricho, lo que acentúa y consolida las discordancias. Indudablemente, nos apremia buscar soluciones globales a problemas colindantes, pero también llevar aliento donde haya desaliento.
Hagámoslo en comunión para desbloquear el egoísmo. Dejemos de hacer patria con la soberbia. No hay otro modo de avanzar que la unión y la unidad, que ser instrumentos de paz y de luz, con la acción de la palabra verdadera, como reacción ética y la esperanza como lámpara. Si un elemento clave de todo este aluvión de trances que padecemos, en parte se debe a un déficit de humanidad entre nosotros, tendremos que enmendar objetivos mal encaminados y replantear otros modos de pasar por esta vida; haciendo especial hincapié en la necesidad de hacer familia e innovar en la educación para preparar a los alumnos de hoy en día para un mundo, que ha de humanizarse y hermanarse. A poco que nos adentremos en nosotros mismos, veremos que estamos cargados de preocupaciones. Tenemos la sensación de que nuestros vínculos esenciales se enzarzan de inhumanidad y de que nuestros innatos pilares se tambalean deshumanizándose; lo que ha de exigirnos una actitud de cambio personal, que nos lleve a un disfrute de realización, donde se den más alegrías que tristezas y más seguridades que peligros en suma.