Nada más cierto que el viejo decir, “el que por su gusto muere, la muerte le sabe a gloria”. Una realidad nuevamente reflejada en el alto número de votos alcanzado por el candidato Gustavo Petro en los comicios presidenciales de Colombia.

No soy un profundo conocedor de la realidad política colombiana, pero opino que elegir a Petro es como autoflagelarse, los antecedentes de este sujeto permiten avizorar un futuro nada halagüeño ya que paralelo a su manera de pensar están los compromisos contraídos con sus antiguos compañeros de la lucha armada, individuos que no dudan en pasar la cuenta cuando se consideran traicionados.

El voto a favor de Petro refleja una población harta de un establecimiento político que aplaza la solución de los problemas nacionales, que se recicla constantemente y defrauda los bienes públicos, olvidando entonces esos electores que el candidato Petro pertenece a la misma clase dirigente que repudia, porque fue representante a la Cámara y Senador, alcalde de la capital, aspirante a la Presidencia en varias ocasiones, lo que significa que lleva décadas en el juego del poder después de haber sido uno de los líderes del movimiento subversivo M19 que atacó el Palacio de Justicia

En la política del país sudamericano se repiten generación tras generación los mismos apellidos. Los caudillos tienen una capacidad de selección que impide una renovación genuina, tanto que la propia senadora, María Fernanda Cabal, precandidata presidencial, dijo en un twitter que “su país necesita cambios, pero no el suicidio que ofrece el candidato izquierdista”.

Una victoria de Gustavo Petro sería el sacrificio de la democracia colombiana, tal y como ocurrió en Venezuela cuando la mayoría votó a favor del golpista Hugo Chávez, un sujeto que se ganó el apoyo popular y el respaldo de un amplio sector de la clase dirigente con su discurso de ruptura con lo establecido, promesas que muchos compraron esperando pescar en las aguas revueltas del cambio, sin percatarse que el difunto Chávez era un tiburón con ansias de poder muy superiores a la de los reales o supuestos depredadores que proponía sustituir.

Aunque Petro ganó en las principales ciudades del país, a excepción de Medellín, Fernando Vargas Quemba, presidente del Comité Nacional de Víctimas de las Guerrillas, opina: “Los departamentos en donde ganó Petro tiene su lógica. Una zona donde hay presencia de cultivos, narcotráfico y grupos armados ilegales de izquierda; y otra zona donde el voto tiene tradición de compraventa”. Las regiones deprimidas económicamente, donde lo caciques regionales actúan impunemente y reina el caos, tienden a votar por soluciones de cambio al igual que la juventud, cuya tendencia hacia lo más justo es uno de los nutrientes básicos de la sociedad humana.

Los jóvenes en la mayoría de los países democráticos, por imperfecto que sea ese sistema, tienen mejores condiciones de vida que sus padres, lo que no sucede en Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde la mayoría de la juventud emigra o se encuentra en las cárceles, un fuerte motivo para que ese renovable sector social colombiano que favorece el cambio, se informe y no vote por resentimientos, porque las propuestas y el historial de Gustavo Petro conducen a repetir los modelos fracasados de esos países latinoamericanos con miseria extrema y un control político y policial que impide todo cambio.

En las elecciones del 2018, al conocer que el exinsurgente había alcanzado ocho millones de votos le dije a mi esposa, que es de Medellín: “Si Duque no hace un excelente gobierno, Petro es el próximo presidente”, situación que hoy no aprecio tan cierta gracias a la segunda posición que alcanzó el ingeniero Rodolfo Hernández, exalcalde de Bucaramanga, quien podría encarnar las aspiraciones del sector electoral que favorece una reforma política, en fin, el deseado cambio, sin correr el riesgo que lo conduzca un personaje que es una amenaza cierta a la democracia.

El desplazamiento de Federico Gutiérrez a un tercer lugar parece indicar que la influencia del expresidente Álvaro Uribe está disminuyendo, aunque sin duda alguna sigue teniendo un gran predominio en la vida política de su país, condición que, en la opinión de varios observadores, entre ellos el director de Periodismo sin Fronteras, Ricardo Puentes Melo, sería beneficioso que su influencia desapareciera por completo.