La reciente visita de una flota rusa a Cuba es la evidencia más concreta que la alianza entre La Habana y Moscú se encuentra en su mejor momento, si exceptuamos, el periodo en el que los hermanos Castro le cedieron la soberanía de la Isla al Kremlin, tal y como ha hecho el dictador designado Miguel Diaz Canel, quien, según afirman, le solicitó a su aliado el autócrata Vladimir Putin, que enviara una escuadra naval con submarino nuclear incluido.

El totalitarismo cubano siempre se ha debatido entre la hegemonía y la dependencia. A los países menos fuerte gusta invadirlos o subvertirlos, a los más poderosos, por demás, identificados con su afición al poder absoluto, Rusia, China e Irán, les sirve fielmente y hasta dispone que sus súbditos presten servicios mercenarios, como ocurrió con la URSS en las guerras africanas y ahora enviándolos a combatir en la guerra de Putin contra Ucrania.

Tanto la URSS como su heredera la Federación de Rusia, ha sido históricamente el comodín del totalitarismo castrista, aunque es justo reconocer que el sistema ha pagado sus cuentas cediendo soberanía o con la sangre de sus partidarios.

El castrismo le permitió a la URSS situar misiles con capacidad nuclear en su territorio, construir una base naval para submarinos en Pasacaballo en la cercanía de la ciudad de Cienfuegos, operar una estación de espionaje electrónico en Lourdes, y desplazar decenas de miles de sus militares en diferentes bases a lo largo y ancho del país, a las que solo podían ingresar los soviéticos.

La extinta Unión Soviética, pagó durante tres décadas las cuentas del totalitarismo insular como consecuencia de la extrema ineficiencia de ese régimen, además, de servirle de escudo protector ante las numerosas transgresiones al derecho internacional en las que Fidel Castro incurrió durante sus casi 50 años de control absoluto sobre el país caribeño.

Tengo la certeza que si los Castro no se hubieran vuelto clientes del Kremlin el régimen no hubiera subsistido por varios factores. Primero, la oposición que ha sobrevivido a 65 años de totalitarismo habría sido más fuerte y efectiva, segundo, Washington, sin el paraguas atómico soviético, habría sido más enérgico y decisivo.

Esta visita de la escuadra rusa a Cuba es más que simbólica. Díaz Canel, como lo hiciera Fidel por muchos años, está enviando un doble mensaje, primero a Estados Unidos en el que le demuestra que no está solo, después, al pueblo cubano, para que no escenifique más protestas porque los “bolos”, así se les dice a los rusos en Cuba, están listos para aplastarlos.

El sátrapa cubano se sabe débil y no está muy convencido del respaldo que puedan darle los moncadistas si la presente crisis se profundiza aún más. La insatisfacción nacional trasciende el sempiterno rechazo de los opositores, es el pueblo llano quien impugna al gobierno y de seguro Diaz Canel sueña que un día cualquiera el mas leal de sus esbirros le diga,” No, señor, no es una rebelión, es una revolución”, que ojalá, sea de una naturaleza bien distinta a la que lideraron los Castro.

La posición que detenta el dictador depende de Raúl Castro, el verdadero dueño de la otrora Perla de las Antillas. El patrón de Miguel tiene 93 años, y aunque su sombra es aún poderosa, es de esperar que se desdibuje más pronto que tarde.

Por otra parte, los aliados y asociados al castrismo en el exterior procurarán tirarle un salvavidas y repetirán el cuento de que el régimen está cambiando, una colosal mentira. El totalitarismo cubano suma a su sempiterna agresividad una concepción absoluta del poder, para ellos, el todo o nada, es tan importante como la vida misma.

La visita de esta escuadra y los frecuentes viajes de altos funcionarios cubanos a las metrópolis de Moscú, Pekín y Teherán indican que los gobernantes de la Isla no tienen en sus mentes relajar el control que ejercen sobre la población voluntariamente, lo que habrá de ocurrir, no tengo dudas, cuando los cubanos decidan de una vez por todas asumir los derechos a los que tienen derecho, como diría el mártir Osvaldo Payá.