Hace algunos años, el redactor de un periódico muy prestigioso en Londres, recibió una carta de una persona que se hacía llamar cristiana que decía así: “Estimado redactor, he notado que los predicadores dan mucha importancia a sus sermones y pasan horas preparándolos. Hace 30 años que voy con regularidad a la iglesia y durante esos años, si mis cálculos son correctos, he escuchado por lo menos como 3,000 predicaciones. Pero he descubierto que no recuerdo ninguno de ellos. Me pregunto si los predicadores no podrían gastar su tiempo con más provecho en alguna otra cosa. Sinceramente...”

El redactor quedó sorprendido del contenido de la carta, pero aun así decidió publicarla, en razón de ello, recibió muchas cartas respondiendo unas a favor y otras en contra. Es decir que hubo un debate en cuanto a los sermones, dado que floreció el sentimiento más oscuro de muchas personas al no contener el veneno, dado que expulsaron todo tipo de comentarios contra los predicadores y los sermones que apelan a vivir en santidad e integridad en mundo que va cada día en decadencia en valores, donde a lo malo se llama bueno y a la bueno se llama malo.

Finalmente se recibió en la redacción una carta que puso fin al debate, pero no era una carta con un alto contenido teológico o bíblico, que conmoviera la conciencia de los cristianos o que dirimiera el conflicto por la vía académica, decía así: “Estimado redactor, llevo 30 años casado con la misma mujer. Durante estos años he comido 32,850 comidas, la mayoría de ellas preparadas por mi esposa. Pero he descubierto que no recuerdo ninguno de sus menús; sin embargo, he recibido fortaleza de cada una de esas comidas. Tengo la impresión que sin ellas, me habría muerto de hambre hace muchos años”.

De manera que cuando se entra a la iglesia con una actitud de querer saberlo todo o con un espíritu crítico destructivo, difícilmente podremos aprender del consejo de la palabra de Dios, no estoy diciendo que todos lo que abren una Biblia para predicar sean necesariamente pastores aprobados por Dios, ya que hay indudablemente falsos maestros que aprovechándose de su condición trasquilan a las ovejas, hacen del evangelio un libertinaje, se enriquecen de la fe y reducen el mensaje Bíblico a la prosperidad, por ello solo hablan de dinero, es decir que surge de sus corazones la codicia al dinero.
De este tipo de falsos profetas el Señor Jesucristo advirtió que vendrían en Mateo 24:3-5, 11 “Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán....Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos.....De manera que el cristiano verdadero que escudriña las escrituras, puede apercibirse de los falsos predicadores.

Inmediatamente sabrá reconocer un falso profeta o pastor de la teología de la prosperidad, dado que saben que son “hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:2-4). Más ella de los falsos predicadores, existen hombres y mujeres piadosos que sirven al Señor Jesucristo, sin esperar un salario y sin buscar gloria de hombres.

Personas que dedican su vida al servicio genuino a proclamar los valores del reino de los cielos, que predican a tiempo y fuera de tiempo, personas que no necesitan un gran púlpito ni tienen grados académicos pomposos para trazar la palabra de Dios con verdad, ya que son guiados por el Espíritu Santo, tal como lo era el Apóstol Pedro, que siendo un hombre sin muchas letras dejaba atónitos a quienes lo oían con espíritu humilde, es decir que en la actualidad se necesitan más Pedros y Pablos, que no se amilanen ante un mundo cada vez más decadente en valores, que persigue y encarcela a los buenos hombres que predican contra el libertinaje de las aberraciones sexuales de la ideología de género.