Una vez escuché a un analista político extranjero decir que entrar a Twitter le resultaba tan desagradable, puesto que se había convertido en una cloaca, y le doy toda la razón. Las redes sociales muestran lo que en verdad es el ser humano cuando no tiene el candado de practicar forzosamente las buenas costumbres y la educación; cuando no se tiene a la persona en frente y, por lo tanto, saca todo lo que tiene en su mente sin filtros.

Haciendo un análisis a vuelo de pájaro con esos comportamientos que desbordan la fosa séptica en que se han convertido las redes sociales, llego a la conclusión que, más allá de la naturaleza humana que tiende a la agresividad fortuita hacia sus semejantes, en la época actual se ha conformado un decálogo de antivalores con base a los cuales la gente se conduce hoy en día, y no es porque sean nuevos, ya que en ellos veo prácticas que son inveteradas, sino que, como si fuera un acuerdo mundial, se han organizado en un manual de conducta actual.

¿A qué se debe? Se supone que a estas alturas de la historia, con tantas fuentes de valores, principios, de moral y ética, sobre todo de la abundancia de religiones e iglesias en todo el mundo, así como el mensaje de las mismas que se propaga y difunde por cualquier medio de comunicación existente, deberíamos ser una mejor humanidad, al menos en las ciudades donde todo ese bombardeo está al alcance de todos: mensajes de amor al prójimo, de respeto a las mujeres, de solidaridad entre hermanos; mensajes que promueven una vida sana, una conducta recta, un comportamiento decente, educado, formal. Al contrario, vemos como abundan la patanería, la vulgaridad, la mentira, el odio, el desprecio, los atentados contra el honor de las demás personas, incluso ánimos de cometer delitos contra la integridad de las personas y hasta la propia vida. Lo hacen millones de personas a diario y en todas partes del mundo.

Y ni siquiera me estoy asomando a esa área negativa del quehacer humano en el cual sus actuaciones encajan en las acciones u omisiones tipificadas por los respectivos códigos penales como delitos o faltas, que ya eso es otro asunto. Me refiero al hombre común, de cualquier estatus económico, nivel social, grado académico, puesto de trabajo que, sin ser delincuente, sin ser sociópata, bipolar o esquizofrénica, tiende con toda naturalidad a despreciar a otros seres humanos y a expresarse mal de ellos, generalmente, a sus espaldas, o desde la cómoda trinchera de una red social, donde su cobardía le permite sacar toda la basura que carga en su cerebro.

¿A qué se debe esto? ¿Cuál o cuáles son los medios de comunicación, aquellos que trasladan información hacia las personas, con mensajes de antivalores que van construyendo un decálogo y un manual de vida en sus cabezas?

Algo está educando a la gente en el mundo para que esa conducta de odio sea similar en países tan disímiles como lejanos unos de otros.

Veo en la gente una lista de conductas autodestructivas en cuanto a la salud física y mental. La diabetes y la hipertensión son pandemias mundiales, relacionadas con la obesidad. El consumo de sustancias nocivas igual. De allí se salta al odio a las demás personas. Con poco ya se le está insultando denigrándola por su forma de pensar y vomitándole todo tipo de improperios. De allí se pasan a los antivalores contra la familia, y eso no es parte de ninguna agenda feminista o de la comunidad LGTBI+ ya que el machismo y Hollywood se bastan solos.

Otras manifestaciones de antivalores: hacer chiste, mofa o burla de eventos trágicos. La crítica destructiva a los gobiernos y a las autoridades, la xenofobia, el racismo, el menosprecio a las clases sociales a las que no se pertenece.

Desde México hasta la Argentina, en los Estados Unidos, o en Gran Bretaña, en Italia o Francia, uno lee los comentarios de las personas que opinan en las redes, o en las noticias de los diarios, y no me queda la menor duda que la moral en este mundo está dando pasos agigantados hacia atrás.