Eso que baila Daniel Ortega se llama Danza Macabra. Y para nada se parece a las deliciosas ‘Danzas húngaras’, de Johannes Brahms. Después de la liberación-expulsión de los centenares de presos políticos (una gestión en la que al parecer terció Humberto Ortega, su hermano menor y exjefe del Ejército de Nicaragua), parecía que se estaba produciendo un giro que podría permitir un espacio para la deliberación y quizás el diálogo (restringido, siempre). Pero no, el gobierno autoritario encabezado por Daniel Ortega —quien ya muestra en su físico y en su cara y en sus palabras, rasgos inocultables de cansancio—, volvió a la carga con la represión selectiva y precisa.

Está claro que el esquema político allí es no tener ninguna disensión. Ninguna oposición. Ninguna voz disonante. Es decir, el sueño absurdo de todos los totalitarismos.

Daniel Ortega no es un hombre joven. Ni siquiera maduro. El 11 de noviembre cumple 78 años. Ergo, está en una edad provecta como para estar bailando esa Danza Macabra que se ha empeñado en imponer como baile nacional. O como decía un tío mío: ya está orinando fuera de la bacinica.

Al parecer el régimen nicaragüense que preside está plantado en la decisión de instalar el monólogo ininterrumpido como modelo político.

Este señor es astuto, o ‘animala’, de acuerdo con cierta jerga local. Pero todo indica que ha perdido la memoria. Estuvo en el centro de un momento político excepcional (al que puede señalársele unas fechas límite: 1977-1988) y quizás ya no recuerda que lo que hizo saltar por los aires al somocismo no fue la pobreza galopante de los sectores populares nicaragüenses, sino la crisis política en la que se sumió desde inicios de 1978, y que los bisoños dirigentes sandinistas (él era uno de ellos; aunque ya ni su sombra lo reconozca) lograron aprovechar de un modo espectacular. Lo ha olvidado, por eso baila con tanta torpeza esa Danza Macabra.

Ha querido forzar desde 2018 una respuesta violenta y masiva de los sectores reprimidos. Y no lo ha logrado. Su plan era aplastar de una vez todo. Por eso ahora su opción es ir desplumando, a mano, cada pollo. Y logra desarticular y asustar a miles. Pero eso no impedirá la conformación en curso del tejido de la resistencia política, clandestino, y que encabezada por la juventud nicaragüense, va tomando forma.

Es importante lo que desde el exilio se está haciendo (Costa Rica, Estados Unidos y algunos lugares de Europa), pero lo decisivo será lo que la resistencia política logre articular, expresar y movilizar. Y esto tiene un nombre: el proyecto político que se logre esbozar. Sin esto, todavía Daniel Ortega podrá seguir haciendo daño. Pero una vez se ponga en pie el proyecto político para la recomposición de Nicaragua, Daniel Ortega y sus adláteres comenzarán a bailar sobre aceite esa Danza Macabra.

Todas las represalias que ha tomado contra los expresos políticos que hace unos meses salieron para Estados Unidos tienen un solo objetivo: aterrorizar a la posible disensión interna. Si la figura cabe, se trata de un ‘animal político’ herido, que ya no busca la estabilidad y la tranquilidad que una cueva le da. Ahora solo va por ahí, al descampado, dando zarpazos, pero consciente de que ‘su tiempo’ ha caducado. Si se tratara de un cuento, pues se estaría en el momento en el que el personaje principal de la trama sabe que la historia de la que forma parte ya es posible visibilizar su cierre. Y como un poseso se encamina eso.

El modelo represivo puesto en marcha por el gobierno encabezado por Daniel Ortega tiene un gran parecido con algunos pasos de la Gran Purga que durante la década de 1930 aplastó a los opositores en la Unión Soviética, y que tuvo al asesinato de Trotsky (exjefe del Ejército Rojo desde 1917), el 21 de agosto de 1940 en México, como la cereza del pastel envenenado.

Esa Gran Purga fue dirigida de forma directa por Stalin (el máximo jerarca ruso que logró imponerse después de la muerte de Lenin en 1924), al punto que en su vorágine de sospechas y de aniquilamientos terminó fagocitando a algunas piezas claves que impulsaron de forma ejecutiva esa misma Gran Purga.

En ese sentido, el horizonte político de Nicaragua se muestra escabroso. Ese gobierno se ha deslegitimado en muchos sentidos, aunque aún intente mantener ciertos visos de legalidad, más como mueca que como convicción.

No se propone acabar con sus adversarios, lo que persigue es causarles daños anímicos, psicológicos y patrimoniales para la proyección de sus vidas y de sus familias.

Sin duda, una Danza Macabra.