Hace 50 años, España se vistió de luto o celebró con la muerte de Francisco Franco, el generalísimo que gobernó el país durante 36 años (1939-1975). Su dictadura militarista y autoritaria se caracterizó por la represión, la centralización del poder y una ideología nacionalista y católica. Aunque Franco murió, su legado sigue presente: según encuestas, uno de cada cinco españoles considera que la dictadura franquista fue "buena" o "muy buena". Un porcentaje similar, el 21%, opina que el sistema democrático actual es "igual", "peor" o "mucho peor" que aquella dictadura. Curiosamente, estos sentimientos son más comunes entre los mayores de 75 años y los menores de 24, quienes miran con mejores ojos ese controvertido régimen. Españoles, Franco ha muerto…pero no del todo.

El historiador griego Polibio desarrolló hace siglos la teoría de anaciclosis, que describe una sucesión cíclica de regímenes políticos basada en la tendencia de todo sistema político a degenerar con el tiempo. Según esta teoría, el ciclo político consta de seis etapas que se suceden cuando un régimen se corrompe o entra en crisis: monarquía (gobierno de un líder virtuoso), que degenera en tiranía (abuso de poder); aristocracia (gobierno de un grupo virtuoso) que se convierte en oligarquía (gobierno en beneficio propio); democracia (gobierno del pueblo que intenta corregir excesos), que degenera en oclocracia (gobierno de las masas o demagogia). Finalmente, la oclocracia entra en crisis y el ciclo comienza de nuevo con una monarquía.

Siguiendo esta teoría, el actual gobierno socialista y marcado por la corrupción en España parece estar en una oclocracia en desmoronamiento, evidenciado en las frecuentes noticias sobre corrupción y la desconfianza y vergüenza del ciudadano.

En nuestro país también se perciben los efectos de una crisis democrática, reflejada en el debilitamiento institucional, la desconfianza social y la afectación a la gobernabilidad. En ocasiones, parece que más que un régimen democrático, gobierna un reinado. Líderes no convencionales han logrado convencer a sus conciudadanos de que un líder fuerte debe concentrar el poder estatal para el bien del país. Esta nueva generación de líderes, que ha emergido en la última mitad del siglo XX y consolidándose en los primeros veinte años del nuevo siglo, son los "nuevos reyes".

Pero ¿cómo se define esta nueva raza de reyes modernos?

Una de sus principales características es la centralización del poder en una sola persona, responsable última de las decisiones políticas importantes. Sin embargo, el rey moderno y la democracia no son excluyentes. El sistema puede mantenerse, pero cambia la forma en que se distribuye el poder.

Otra característica clave del rey moderno es su imagen. Lee Kuan Yew, uno de los primeros reyes modernos y primer ministro de Singapur (1959-1990), construyó una imagen de líder fuerte, eficaz y visionario, capaz de transformar su país. Esta imagen generó confianza interna y externa, consolidando su autoridad. La imagen del poder influye en la percepción social y aceptación.

Al pensar en la imagen del rey moderno vienen a la mente líderes como Trump, Milei y Bukele. Estos proyectan un liderazgo decidido y accesible, con una narrativa de "lucha del pueblo contra el sistema". Utilizan memes, contenido viral y respuestas rápidas para gestionar crisis y consolidar popularidad en el espacio digital. La exaltación del liderazgo personal, la escenificación del poder con elementos simbólicos y mediáticos, y la reducción de la competencia política y alternancia democrática, son rasgos del rey moderno, donde el líder se presenta como indispensable para la estabilidad y el orden frente a “enemigos” internos, consolidando una hegemonía política que tiende a ser excluyente y autoritaria.

Finalmente, el legado es esencial para el rey moderno. El rey moderno quiere ser recordado como un líder que cambió el rumbo político y social, marcando un antes y un después. El legado es un activo político fundamental, no solo para su permanencia en el poder sino también para garantizar que su estilo y políticas perduren en la historia política de sus naciones. Pero cuidado, estos "reyes modernos" coquetean con la línea frágil que separa la democracia de la dictadura. No son dictadores en el sentido clásico, pero su concentración de poder es una señal de alerta.