Mantuve una base de datos global monitoreando el estado y comportamiento del coronavirus durante dos años. Como epidemiólogo y médico salubrista, y por la experiencia adquirida durante mi trabajo en epidemias anteriores, comprendía la importancia de mantener esta vigilancia diaria. Mi experiencia también me había enseñado que mantener esta información en mi escritorio era estéril, y más aun egoísta. Por ello, por más de dos años, estuve compartiendo un reporte diario sobre el estado de la pandemia con mi unidad de trabajo y con mis redes sociales. Familia, colegas, amistades de toda la vida, y periodistas recibían este reporte. Si lo leían, esa es otra historia. Hace unas semanas, dejé de hacerlo. Los números y mi instinto me dicen que lo peor ya pasó, y que no hay mucho más que decir. La tormenta comienza a dejar translucir rayos de luz que progresivamente van alumbrado un camino, que, aunque aún sinuoso, nos lleva a una nueva normalidad. Todo lo que sube debe bajar. En nuestro universo, se nace, se vive, y se muere. Esa es nuestra única verdad, todo lo demás es apariencia. Ha sido un tiempo, para salubristas y epidemiólogos, desde el punto de vista de nuestro trabajo técnico, alucinante, no solo por el hecho de la experiencia de vivirla, sino porque la pandemia ha traído sangre nueva a la salud pública global. Espero que las lecciones aprendidas sean productivas y nos sirvan para transformar nuestra relación con la naturaleza. ¡Si, la pandemia del siglo XXI está muriendo!

Pero, y ahora, ¿qué nuevos vientos impulsan nuestro barco?

Otro pueblo ya se habría muerto, decía Escobar Galindo, pero no el guanaco. Hace dos semanas, un colega médico de mi antigua institución en Baltimore, y que ahora es vicepresidente de programas de salud de una organización no gubernamental internacional, se comunicó conmigo para solicitarme ayuda en el diseño de un programa de salud para personas ucranianas refugiadas en Polonia. Como todos, sabía por las noticias de la prensa local e internacional de la invasión de Rusia a la república de Ucrania. Conocía de la posición de nuestro gobierno de mantenerse al margen, o como dijo el señor vicepresidente de la República: no manifestarse, es manifestarse. Frase cantinflesca, pero que estoy seguro pasará a la posteridad de nuestra historia.

Desde el 24 de febrero de 2022, más de 2 millones de personas refugiadas ucranianas y nacionales de terceros países han entrado en Polonia a causa de la guerra en Ucrania. Huyen de la destrucción de su país por un ejército mucho más fuerte, un ejército preparado para sembrar muerte y destrucción. En el caso de la personas ucranianas que abandonaron el país con destino a Polonia, el 50 % son mujeres adultas y el 47 % niños y niñas (21 % niños y 26 % niñas). Mujeres y niñez. Siempre los más vulnerables en cualquier crisis humanitaria. Sus hombres adultos permanecen en la defensa de su tierra. Pero ellas ya comienzan a sufrir violencias de todo tipo, incluyendo la violencia sexual. La misma situación viví hace muchos años en Somalia. Mis recuerdos de esa terrible hambruna afloraron, esos miles de niños y niñas de piel y hueso que siempre morían al amanecer, esos rostros de desesperación de sus madres. La crueldad del mundo ensañados en ellos. Mi mente se abría, pero mi cuerpo resistía.

Después de más de 30 años de trabajo en los países más pobres de nuestro planeta, con más de millón y medio de millas viajadas en mis visitas a más de 60 países, mi cuerpo se resiste ante la idea de un vuelo mayor de cuatro horas. Polonia se encuentra a más de 17 horas de vuelo desde Costa Rica, donde al momento me encuentro. Pero el recuerdo de Somalia y otros países, aunado a los reportes de agencias humanitarias, hacen prevalecer mi mente sobre mi cuerpo. Este próximo domingo 27 de marzo, comienza mi viaje hacia un país que nunca he visitado, ante una situación que desconozco y de la cual necesito aprender rápidamente. Mi destino será Varsovia, mi misión será realizar una evaluación rápida de la situación de salud de las personas refugiadas ucranianas. Ojalá y los nuevos vientos nos lleven a puertos seguros.