No, no se trata del álbum “Buscando América” de Rubén Blades, grabado en 1983 y presentado en 1984, entre cuyas canciones se encuentra Decisiones, muy comentado para la época; y otra, que las estaciones de radio del momento, se negaron a transmitir “Desapariciones”, para evitarse problemas con las autoridades de turno, aunque el álbum fue grabado en Nueva York.

Blades, en todas sus composiciones, el contenido social está presente en sus canciones, con esa mezcla de jazz con salsa y un tanto de cumbia. Son como manifiestos políticos de denuncia, con anhelos de cambios de comportamiento tanto de la institucionalidad formal, como del individuo ante el mundo que le rodea y le torna miserable, al sentirse condenado a una unidimensionalidad impuesta por el entorno, sus falencias y propias decisiones.

Al final es el libre albedrío, esas dos palabras que son una sentencia que nos condena o libera. No solo por hacer el bien o evitar el mal, sino porque ese libre albedrío, consubstancial con la cultura occidental y con el cristianismo, no solo nos condena o libera, sino que condena o libera al entorno social al cual pertenecemos, desde el mismo seno de la pareja, la familia o la sociedad a la cual pertenecemos, llámese ciudad, nación o país.

En lo espiritual, una mala decisión por acción u omisión se le juzga por la intención, si hubo o no intención de causar un daño; igual sucede con la legislación penal, por ello hay delitos dolosos y delitos culposos. Los primeros son aquellos cometidos con intención de causar daño, en los segundos no existió la intención, pero se causó igualmente por descuido, ignorancia o fuerza mayor.

De modo que cada acción u omisión nuestra trae una consecuencia buena, mala o indiferente. Y como somos observadores del hecho social, es inevitable trasladar nuestras observaciones, criterios y deducciones de la particular a lo general, de lo individual a lo social. Por ejemplo, leo el editorial de este diario del pasado jueves, dedicado al proceso electoral del próximo domingo para elegir al próximo presidente de la República y a los 60 diputados que integrarán la Asamblea Legislativa.

Estas elecciones son excepcionales e inéditas en El Salvador, por muchas razones; pero las dos más importantes son, se elige por primera vez desde la Constitución de 1983 un presidente en forma consecutiva y, segundo, porque desde 1992 la Asamblea que contaba con 84 diputados, fue reducida por ley a 60 diputados.

Pero hay otra reflexión señera, salvo el Partido Nuevas Ideas del actual presidente Nayib Bukele, el antiguo sistema partidista dominante el FMLN y ARENA, prácticamente desaparecieron del panorama político nacional (los firmantes de los Acuerdos de paz de 1992), y sus candidatos presidenciales son muy poco representativos de los que fueren esa dos instituciones políticas en el pasado. Y la otra circunstancia es que todas las encuestas coinciden en señalar que el presidente Bukele posee una intención de voto superior al 70 por ciento del electorado.

De allí que el editorial hace un llamado para que “el electorado decida con sensatez, con criterio propio, alejado de la emoción despertada por la propaganda electoral, para tomar una decisión lo más libre de influencia posible”...analice lo que han hecho los aspirantes a la silla presidencial, la gente que le rodea...qué candidato puede unir al país, y pregúntese qué país quiere en los próximos cinco años...”

En este muy sentido y bien elaborado editorial, se resume la realidad actual no solo de El Salvador sino la de muchos países de Hispanoamérica, entre ellos Venezuela, donde tenemos una candidata, María Corina Machado, a la presidencia de la república que representa, no lo “políticamente correcto”, sino literalmente, la soberanía nacional, lo que el pueblo, la ciudadanía, el electorado quiere para sí y su país; no por encuestas o premoniciones, sino porque fue votada libremente por el 93 por ciento del elector que participó en una primarias de partidos, con el fin de elegir al candidato a enfrentar la tiranía que representa Nicolás Maduro, quien hoy hace todo tipo de artimañas para anular su representatividad.

Al final, todo se reduce al dilema de las decisiones, que cambian definitivamente nuestra existencia y la de otros.